viernes, 23 de septiembre de 2011

Federico Santa Maria Carrera

La personalidad de don Federico Santa Maria, hay que juzgarla con los hechos.

En su época se le atacaba, porque en su larga vida no dio pruebas de interesarse por la suerte de su Patria, que le dio los principios de su inmensa fortuna.

No ofreció ayuda ni concurso para obras sociales en el país. No supo de las amarguras ni sufrimientos de los pobres.

Se le justifica y se le aplaude cuando, al morir, destinó su fortuna de multimillonario a una de las más grandes creaciones educacionales de Chile,  la Universidad Técnica Santa María.

Por voluntad del testador, se admite en forma preferente y gratuita a jóvenes pobres.

Santa María no conquistó sonrisas ni simpatías con generosidad repartida por las calles, pero reservó sus grandes recursos para hacer un bien superior a su país.

Federico Santa María Carrera, nació en Valparaíso el 15 de Agosto de 1845.

Era sobrino nieto de don José Miguel Carrera, por quien sentía gran admiración.

Recibió educación muy limitada en un Colegio Alemán del puerto, pero pronto se dedicó al comercio.  A los catorce años se ocupó en una casa comercial con una onza mensual de sueldo.

Después cambió de patrones, con un sueldo de veinte pesos al mes; pero no había nacido para vivir amarrado a un empleo.

De temperamento dinámico, emprendedor, de iniciativas audaces, se retiró del empleo y con dieciséis años apenas se lanzó a luchar frente a frente con la vida.

Con pequeñas economías el producto de la venta de un anillo de su madre, compró un lanchón y se dedicó al comercio de embarque y desembarque en el puerto. El negocio marchó bien y pronto dio para comprar dos embarcaciones mayores.

Más tarde explotó este mismo negocio en los puertos de Arica, Pisagua e Iquique, cuando todavía eran peruanas estas ciudades.

Regresó al sur con el dinero y mucha experiencia en la vida comercial.

Poco a poco se fue embarcando en empresas de mayor envergadura.

Organizó la Compañía de Diques de Don Federico Santa María Valparaíso, y tomó parte activa en la organización de la Compañía Sud Americana de Vapores; de la Compañía de Remolcadores y de la Compañía de Consumidores de Agua de Valparaíso.

Allá por el año de 1880, Santa María había reunido ya varios millones de pesos que le habrían proporcionado holgadamente una renta para vivir sin trabajar, pero para él, luchar era vivir y siguió adelante.

Viajó por varios países del mundo, y vivió en París, sueño éste desde niño.

En 1897, radicado en París, con un bagaje de conocimientos superiores, emprendió de nuevo Santa María sus actividades de negocios afortunados, sólo, sin asociarse con nadie, sin conocer la plaza y, sobre todo, sin conocer a sus temibles competidores.

Pero tenía espíritu agudo, penetrante y una valentía que llegaba a la audacia para las operaciones comerciales de mayor volumen.

Le atraía lo grande, tenía pasión por el peligro que representaban los grandes negocios.

Cuando las compras de azúcar se hacían en partidas de 400 a 800 sacos, él compró 300.000 en una sola orden. Fue su primera operación en la plaza comercial de París, y fue también la primera revelación de su genio mercantil que dejó perplejos a sus competidores.

En 1905, compró nueve millones de sacos de azúcar, que le representaron una ganancia de, tres millones de libras esterlinas, más de trescientos millones de nuestros pesos.

Su última operación gigantesca de azúcar la realizó en 1923, con una utilidad de doscientos millones de pesos y este hombre archimillonario, que hacía temblar en París a los comerciantes de azúcar, trigo y vino de toda Europa, llevaba una vida modestísima.

Se contentaba con lo indispensable a una vida medianamente decente. No hacía
un gasto superfluo, y cuando le aconsejaban que descansara para atender a su salud quebrantada, contestaba que quería morir luchando.

Preguntado un día qué habría hecho si hubiera tenido un hijo, respondió sin vacilar: "A
los dieciocho años lo habría echado a la calle para que se ganara la vida". Tal era este hombre lleno de energías y espíritu de lucha.

Lo alcanzó la muerte el 20 de Diciembre de 1925. Santa Maria no gozó la vida de millonario, no fue el dinero para él un fin.

En medio de sus afanes por acumular fortuna, tenía un pensamiento oculto, que le proporcionaría seguramente gratas e íntimas satisfacciones: su Patria y su ciudad natal, Valparaíso.

Este pensamiento oculto cristalizó en su testamento, salvo unos cuantos legados, su fortuna la dejó para la fundación en Valparaíso de una Universidad Técnica de vasta trascendencia.

La Universidad debería estar dividida en dos secciones; Escuela de Artes y Oficios José Miguel Carrera e Instituto de Ingenieros José Miguel Carrera.

De preferencia la Universidad debería admitir jóvenes pobres salidos de las clases obreras, para los cuales la enseñanza debería ser en un internado enteramente gratuito.

Alimentación, vestuario, útiles de enseñanza, atención médica, todo debería costearlo
la Universidad a los alumnos pobres.
Los dos Institutos deberían agregar a su nombre el de José Miguel Carrera "en homenaje al gran patriota que dio el primer grito de independencia en Chile y como enseñanza a los alumnos de que ante todo se deben a su Patria".

Entre los otros legados que dejó Santa Maria los más importantes son: a cada una de las Sociedades de la Infancia e Instrucción Primaria de Valparaíso, cinco mil acciones de la Sociedad Litografía Universo y medio millón de pesos en dinero efectivo, para la Asociación de Artesanos de Valparaíso, para que pueda ensanchar sus escuelas femeninas, dos mil acciones de la misma sociedad litográfica y trescientos
mil pesos en dinero.

Así murió este chileno 'que pasó incomprendido, como egoísta por la vida, pero que llevó a su Patria, no en los labios, sino silenciosamente guardada en el corazón.

Dejó de existir el 20 de Diciembre de 1925. Sus restos fueron incinerados y trasladados
a Chile. Sus cenizas se guardan al pie del monumento que da entrada a la Fundación en Valparaíso.

Por Ascanio Mendoza.

lunes, 5 de septiembre de 2011

El vuelo del Avión Rojo, o como no conspirar...

A comienzos de 1928 la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo reprimía a los chilenos. El descontento cundía y el ex presidente Arturo Alessandri Palma quiso aprovecharlo. El 23 de enero de ese año, se reunió en el puerto francés de Calais con Marmaduque Grove (entonces agregado militar en París), de ideas socialistas, el general (r) Enrique Bravo Ortiz, Agustín Edwards Mac-Clure y José Santos Salas. Era el comienzo de una conspiración para derrocar al “Paco” Ibáñez.
En Buenos Aires, otros adeptos de Alessandri como Horacio Hevia, Pedro León Ugalde, Carlos Vicuña Fuentes, Galvarino Gallardo Nieto y Luis Salas Romo, constituyeron un comité revolucionario y en Chile se formó otro.
El propio Alessandri organizó en París el “comité ejecutivo financiero” con Gustavo Ross Santa María, Agustín Edwards Mac-Clure, Cornelio Saavedra y otros potentados. Pero este comité jamás aportó un centavo para la “revolución”.
La dictadura estaba muy bien informada: Ventura Maturana, jefe de la policía política, tenía una eficaz red de soplones y espías. Por ello, no fue difícil detener al mayor Carlos Millán Iriarte y al suboficial de sanidad Plinio Macaya, al desembarcar en Valparaíso el 7 de marzo de 1928, provenientes de Europa con mensajes de los conspiradores. La prensa anunció que se había descubierto “un complot comunista”.
El 31 de julio, Grove recibió una comunicación que lo cesaba en sus funciones en París. Al día siguiente, lo dieron de baja del ejército. En mayo de 1929 llegó a Buenos Aires, incorporándose a las actividades conspirativas.
En febrero de 1930, Guillermo García Burr y Aurelio Benavente -ambos del comité revolucionario de Santiago- viajaron a Concepción y se contactaron con oficiales de la guarnición. Alrededor de un centenar de ellos afirmó estar por derrocar la dictadura de Ibáñez. Concepción era, por tanto, el punto ideal para iniciar las acciones.
García Burr se trasladó a Buenos Aires. Informó de la situación y entregó el plan elaborado por el comité revolucionario de Santiago: el general Enrique Bravo debía viajar por tierra a Concepción para llegar antes del 17 de septiembre de 1930 y ponerse a la cabeza de la insurrección.
Bravo y Grove desecharon el plan e idearon otro: llegar en grupo y en avión a Concepción. Recursos no tenían. Entonces el general Bravo se entrevistó con el periodista argentino Natalio Botana, propietario del diario Crítica. Este contribuyó para arrendar un avión, conocido por su color como el Avión Rojo.
Mientras tanto, en Concepción la guarnición de cinco mil hombres esperaba desde el 17 de septiembre al jefe de la insurrección. En la tarde del 20, al no tener noticias, los jefes del comité revolucionario de Concepción decidieron despachar a la tropa con vacaciones de Fiestas Patrias, hasta el 24 de septiembre.
Sin embargo, ese mismo sábado 20 de septiembre emprendía vuelo el Avión Rojo desde el aeródromo de Morón, en Buenos Aires, llevando al general Bravo, Grove, Vicuña Fuentes, Luis Salas Romo, Pedro León Ugalde y José Luis Sánchez. A las 15.30 aterrizó en San Rafael, para reabastecerse de combustible. El comandante de la guarnición los retuvo hasta las 11 horas del domingo 21, para comprobar sus documentos.
El Avión Rojo aterrizó en Concepción el 21 a las 16.30, cerca del hipódromo. No les esperaba nadie. Partieron a buscar a sus domicilios a los jefes comprometidos en la insurrección. No los encontraron. Uno de ellos, el mayor Alfredo Donoso junto al general José María Barceló Lira, comandante de la III División del ejército, presenciaban las carreras en el hipódromo y vieron aterrizar el Avión Rojo. El general Barceló le dijo a Donoso que él se iba a Santiago para no tener que ver con lo que sucedería en Concepción y que Donoso resolviera lo que estimara conveniente.
Los viajeros del Avión Rojo, desesperados, se dirigieron al Regimiento Chacabuco. Allí se entrevistaron con el teniente Carlos Charlín. Uno de ellos se presentó como “Enrique Morales”, pero Charlín exclamó: “¡Pero si usted es don Carlos Vicuña Fuentes. Yo fui su alumno en Santiago...”
Se reunieron los cuatro (los otros dos eran Bravo y Grove). El teniente Charlín propuso convocar a los militares que pudieran al Regimiento Chacabuco. A las 19 horas estaban allí 150 oficiales de la guarnición penquista y unos 300 suboficiales y conscriptos.
Por entonces ya había comenzado la traición de los comprometidos en la conspiración. El primero fue el coronel Gonzalo Gómez que denunció en la Intendencia lo que ocurría.
El general Barceló interrumpió en San Rosendo su viaje a Santiago para regresar a Concepción. A las 0.15 de la madrugada del 22 de septiembre se presentó en el Chacabuco. Tuvo un fuerte altercado con Grove en que incluso intercambiaron disparos, sin herirse. Los soldados presentes apoyaban a Grove. Barceló agotó las balas y el general Bravo le gritó a Grove: “¡Mátalo!, ¡mátalo! Así aseguramos el triunfo de nuestra causa”, pero Grove no disparó. Barceló se retiró derrotado. Pero comenzó a llamar de a uno por uno a los jefes y oficiales de la Guarnición, casi todos comprometidos en la conspiración. A la pregunta: “¿Con quién está usted?”. Todos respondieron: “¡Con usted, mi general!” Sólo Charlín no compareció y se mantuvo leal a los tripulantes del Avión Rojo. Más de un centenar de oficiales los traicionaron.
Llegaba a su fin la aventura. Después de meses de conspiración y arduos esfuerzos para conseguir los medios para llegar a Concepción, tuvieron que aceptar los llamados a rendirse del general Barceló transmitidos por los mismos oficiales que habían participado en el complot.
La Corte Marcial que los juzgó llevó a cabo un proceso lleno de irregularidades. Condenó al general Bravo, a Grove, Salas Romo, Pedro León Ugalde, Vicuña Fuentes y José Luis Sánchez a 10 años y un día (antes de conocerse el fallo, Bravo y Grove fueron enviados a Isla de Pascua); a cinco oficiales (incluido Charlín) los condenó a 15 años de extrañamiento; a otros tres a 3 años. El coronel Gonzalo Gómez y el mayor Alfredo Donoso fueron absueltos.
Finalizado el proceso, Vicuña Fuentes fue secuestrado y enviado también a Isla de Pascua.
El 10 de febrero de 1931 la goleta tahitiana Valencia rescató a los tres relegados. Con ellos se embarcó Alberto Cumplido, designado gobernador de la isla por Ibáñez. Después de más de dos meses de navegación llegaron a Europa. Grove y Cumplido pisaron tierra francesa el mismo día que en Chile era derrocado Ibáñez: el 26 de julio de 1931.


Por Ivan Ljubetic Vargas

viernes, 2 de septiembre de 2011

Ensayo sobre cartas de la conquista de América

Los conquistadores españoles vieron América como un lugar de esperanza y de posibilidades; tanto para rehacer sus vidas, como para enriquecerse gracias a la vasta generosidad de sus tierras. Al ir adentrándose en la Conquista, fueron dándose cuenta que esta tierra de oportunidades debía ser conquistada persuasivamente, ya que los indígenas de algunas zonas americanas les presentaban una dura defensa. Pese a que esto no consumió el ideal de volverse ricos en estas tierras, el conflicto militar con los indios les afianzó el deseo de fama y gloria, como un logro más “seguro” que el oro. Es por eso, que en las diversas cartas enviadas por los conquistadores españoles a sus familiares, ponen especial ahínco a que se les concedan menesteres, títulos e incluso gobernaciones, y apelan a los familiares para que intercedan por ellos ante el Rey. Incluso Valdivia, al comienzo de su carta, le expone al Carlos V su necesidad de que se le otorguen mercedes por el trabajo realizado en la conquista de Chile.
Las peticiones más requeridas, y por tanto, más generalizadas son de mercedes y títulos diversos. En la mayoría de los casos se pedía que estos títulos fueran hereditarios, para así mantenerlos a través del tiempo en la familia. Petición que apela directamente a un deseo de glorificarse tanto al conquistador en sí, como a su parentela; y así, mantener este “status” a través del tiempo.
Melchor Verdugo escribe: “Con el que la presente lleva embio de pedir a su magestad ciertas mercedes entre las cuales le inibio a pedir que me haga merced de los indios perpetuos para mi y para mis herederos también inbio a pedir una conducta de capitán del rey y un regimiento, perpetuo que tengo del gobernador y es menester que su majestad lo confirme también soy alguacil mayor…..”[1][1]
Otro punto interesante (que sin dejar de salirse de la idea de buscar títulos para obtener respeto y gloria) se centra en una petición más específica y por qué no decirlo, más ambiciosa. Es el deseo de obtener el llamado “hábito de Santiago”. Aparte de ser un título de caballería que les proporciona fama, está ligado a lo espiritual, lo que deja entrever el espíritu religioso imperante en los conquistadores españoles; y así, el deseo de reconocimiento tanto social como espiritual de la época.
En la carta a su madre, Melchor Verdugo le solicita que interceda por él para que le otorguen el hábito de Santiago: “también querria enviar a pedir un avito de Santiago a su magestad; dicenme que es menester estar yo presente o al menos ynbiar una probança…."[2][2]. Petición que también es requerida por Rodrigo Orgoñoz: “Yo tengo que enviar á suplicar á Su Majestad me haga merced del hábito de Santiago…”[3][3]
Ésta investidura, por cierto, era una de las más codiciada por los conquistadores, puesto que Santiago es el protector de los peregrinos, y además, era una de los órdenes más antiguas en esa época. Se infiere por tanto, que la integración a la orden de Santiago, tenía una valoración social importante; ya que en la época en que se escriben las cartas, la Orden estaba integrada a la Corona Española, y era el mismo Rey quien decidía a quién otorgar el hábito.
Se puede concluir, que las cartas denotan un deseo particular por obtener títulos importantes y decidores del rango social que planean adquirir. Se deja ver que el asunto monetario los tiene intranquilos, y su mayor preocupación es conseguir sus mercedes, y junto a esto, el bienestar de su familia en España. Pese a que la cultura popular le adjudica a los conquistadores una ambición desmesurada por el oro y la riqueza, se puede ver  mediante las cartas, que se dejan ver como personas que más allá de la materialidad buscan la trascendencia de su nombre. Es por tanto, que el conquistador español se muestra como un ser ambicioso en su aspecto personal y proyectivo; no tanto así como un ser obseso por la riqueza material; lo que le adjudica una perspectiva bastante más “humana” de lo que estamos acostumbrados a oír.
Por Ma.José Cumplido
Ensayo realizado el 2007 en el curso "Historia de América y Chile siglos XV-XVI" con el académico Ricardo Couyoumdjian.


[1][1] “Carta de Melchor Verdugo a Mariana Olivares Trujillo, 7 de Diciembre de 1536”
[2][2] “Carta de Melchor Verdugo a Mariana Olivares Trujillo, 7 de Diciembre de 1536”
[3][3] “Carta de Rodrigo Orgoñoz a Juan Orgoñoz, su padre, Jauja, 20 de julio de 1534”

jueves, 1 de septiembre de 2011

Combate de Tres Acequias

El llamado Combate de Tres Acequias es un enfrentamiento en las cercanías del Río Maipo, San Bernardo, el 26 de agosto de 1814, entre las dos facciones en que se dividió el ejército independentista chileno.

La vanguardia o'higginista se lanzó precipitadamente contra una posición defendida de las tropas carrerinas, siendo rechazadas y desbandadas vigorosamente.

La acción significó la derrota y sujeción de Bernardo O'Higgins a la autoridad de José Miguel Carrera, en un stato quo  que se mantuvo a duras penas hasta la derrota total sufrida por los patriotas a manos de los realistas en el Desastre de Rancagua, ocurrida un mes más tarde.

El 23 de julio de 1814, luego de dos meses de persecución por parte del Director Supremo Francisco de la Lastra, y tras no poder huir a Argentina por las fuertes nevadas cordilleranas, José Miguel Carrera encabezó un nuevo golpe, destituyendo al Director e instalando una nueva Junta de Gobierno.

Carrera estaba muy disconforme con el Tratado de Lircay firmado por el gobierno Lastra y los oficiales monarquistas de Chillán. El tratado había abjurado de lo realizado por los gobiernos chilenos hasta entonces y se eliminó el uso de la primera bandera chilena creada durante la administración de Carrera, entre otras medidas simbólicas de devoción a Fernando VII y acatamiento a la restauración absolutista. Pero un plano más personal, Lircay lo había excluido del canje de prisioneros de guerra decretado entre ambos bandos (Carrera se hallaba preso de los realistas en Chillán al momento de la firma del acuerdo, fugándose posteriormente).

Por lo mismo Carrera, una vez en al mando, entre otras medidas procedió a desterrar a Mendoza, Argentina, a uno de los firmantes del tratado, el coronel Juan Mackenna (el tutor militar de O'Higgins).
Ante estas noticias, O'Higgins, que estaba acuartelado en Talca y también era firmante del Tratado de Lircay, avanzó con sólo una división de sus tropas con el fin de derrocar a José Miguel Carrera, a quien consideraba un usurpador y el responsable de anteriores fracasos militares de los patriotas.
La columna de O'Higgins marchaba bajo el estandarte español, pues, tras la firma del tratado, el gobierno de Lastra había eliminado el uso de la primera bandera nacional.

En la víspera del combate O'Higgins acampaba en la Hacienda Mardones, al sur del Río Maipo. En tanto, en el Llano de Maipo lo esperaban fuerzas carrerinas superiores, acampadas en un lugarejo conocido en aquel tiempo como la Chacra de Pérez.

En la mañana del 26 de agosto el entonces brigadier O'Higgins cruzó con su división de vanguardia el Río Maipo y se adentró, con rumbo norte, por el árido llano vecino. Su intención era llegar lo más rápidamente a Santiago para cumplir sin más trámites con su objetivo. Quizá por esta precipitación, no reconoció primero la disposición y fuerzas de su enemigo.

A las 13:00 horas, sus avanzadas, comandadas por Ramón Freire, trabaron fuegos con partidas exploradoras de la fuerza carrerina, la llamada 1ª División bajo el mando del coronel Luis Carrera, que se encontraba convenientemente parapetada tras el canal Ochagavía y un largo montículo adyacente, constituido por el material sobrante del desmonte del mismo canal.

Las tropas carrerinas estaban dispuestas de la siguiente manera: infantería a la derecha, artillería al centro, caballería a la izquierda y, tras esta, una línea de 800 milicianos de caballería de Aconcagua bajo el mando del coronel José María Portus. Estos últimos, mal equipados, permanecieron ajenos al combate y sólo fueron ocupados en la posterior persecución de las fuerzas contrarias puestas en fuga.

Nuevamente sin verificar la situación, O'Higgins empeñó sus fuerzas -inferiores numéricamente- en un ataque decidido. Aparentemente se sintió optimista por la contundente victoria preliminar que la avanzada de Freire obtuvo sobre las partidas carrerinas de exploración.

Tras un infructuoso cañoneo, O'Higgins lanzó un ataque en forma a las 16:00 horas. Dispuso su infantería al centro de la línea, sostenida por cuatro piezas de artillería, y lanzó su escasa caballería dividida a ambos flancos.

Luego de una hora de inútil asalto, y viendo que recibían numerosas bajas sin poder infringir mayor daño, las fuerzas de O'Higgins comenzaron a ceder y a retirarse en relativo desorden. Este momento fue aprovechado por la caballería de Luis Carrera, que al mando de Diego José Benavente, dio un breve rodeo para caer de lleno sobre le flanco derecho de O'Higgins y decretar entre sus fuerzas un desbande general.

Entonces las milicias de Aconcagua cargaron lanza en mano sobre los restos de su enemigo, dividiendo en dos lo que quedaba de su línea y capturando numerosos prisioneros, entre ellos 4 oficiales. Las tropas de O'Higgins huyeron, en su mayoría al sur, con la intención de cruzar de vuelta el río Maipo, pero no pocos se dirigieron al poniente, buscando refugio en las haciendas de Chena. En tanto, el caballo del brigadier había caído acribillado, por lo que O'Higgins debió abandonar el campo en una cabalgadura prestada, a la cabeza de escasos 100 hombres.

El grueso de la llamada 3ª División de los carrerinos, al mando de José Miguel Carrera, se encontraba en los arrabales de Santiago al iniciarse el combate. Por este motivo, pese a avanzar hacia el lugar con marchas forzadas, no pudo incorporarse a la acción. Sólo la caballería de este cuerpo alcanzó a participar en la faena de persecución.

Al ponerse el sol (alrededor de las 18:30 horas), los carrerinos abandonaron el acoso a los derrotados.

Durante la noche José Miguel Carrera se abstuvo de continuar la caza de sus enemigos dispersos, manteniéndose a la expectativa. Únicamente se dispuso el envío de dos guerrillas, como diversión, al portezuelo de Tango, por donde se retiraban los dos cañones que restaban a O'Higgins. Mientras estas piezas hacían improductivo fuego sobre las guerrillas, el grueso de la fuerza carrerina abandonó la Chacra de Pérez y se retiró a una posición ubicada un par de kilómetros al norte, en la Chacra Ochagavía.

En tanto que O'Higgins, alcanzaba al día siguiente una posición segura al sur del Maipú y reunía a los dispersos, con la intención de sumarlos a sus divisiones rezagadas para acometer una nueva embestida contra las fuerzas de la capital.

Estaba en estos quehaceres cuando se enteró de la llegada a Talcahuano de la expedición realista de Mariano Osorio, que avanzaba velozmente hacia el norte, por lo que se dispuso a posponer sus diferencias con el nuevo gobierno y ponerse a disposición de éste para emprender la defensa conjunta del país. Envió a José Miguel Carrera un oficio expresando sus intenciones y las novedades del sur, el día 31 de agosto.
Tras algunas negociaciones realizadas en una conferencia entre ambos jefes en la hacienda de Tango, la reconciliación fue solemnizada con la firma en Santiago de un memorando redactado por Bernardo de Vera y Pintado, el 4 de septiembre.

Al día siguiente O'Higgins abandonaba la capital para asumir el comando de la llamada 1ª División, la misma que habia sido atacada en primera instancia por la avanzada de Freire, y que ahora le era entregada por José Miguel Carrera como un símbolo de reconciliación y confianza. Con ellas realizaría las operaciones de vanguardia de la última fase de l Patria Vieja. Todo culminaría a fines de mes en el Desastre de Rancagua.

Por Ascanio Mendoza

Comentarios sobre la independencia de Chile

La disolución del Estado Imperial español a partir de 1808, provocó la primera y más grande crisis política de la historia de Chile. Esta se prolongó desde ese año hasta 1830, cuando se logró establecer un ordenamiento político más o menos definitivo. Así, en un total de 22 años, Chile dejó de ser una colonia y pasó a ser una República independiente que empezaba a organizarse.

La complicada situación que España vivía en la Europa convulsionada por la Revolución francesa, tuvo un punto cúlmine en la ursurpación del trono español por parte de Napoleón Bonaparte y la posterior entronización como Rey de José I, hermano del Emperador francés.

Reacción ante la crisis en España

Ante la invasión y también ante la inoperancia de las autoridades e instituciones establecidas, el pueblo español se levantó en armas y buscó sus propias formas de organización. Surgió así una multitud de Juntas de Gobierno que posteriormente se unieron en la Junta Central Gubernativa, que tuvo su sede en Sevilla. A inicios de 1810 esta se disolvió, dando lugar al Consejo de Regencia y posteriormente a las Cortes Extraordinarias de Cádiz.

Si bien es cierto que la primera reacción de los chilenos ante la prisión del Rey Fernando VII fue de la más absoluta lealtad, en Chile la desarticulación del Imperio español se conjugó con una crisis local. Los hechos ocurridos en el país a partir de 1808 —que tuvieron como principales protagonistas al Gobernador Francisco Antonio García Carrasco y al Cabildo de la capital— fueron marcando la ruta hacia la autonomía.

Primeros ensayos de gobierno

En Chile, la aspiración de autonomía frente al Imperio español dio un gran paso adelante con la constitución de la Primera Junta de Gobierno, en septiembre de 1810. Este movimiento, que originalmente planteó la idea de la defensa de los derechos del Rey cautivo, poco a poco fue derivando en una Revolución de Independencia. Dicho movimiento perseguía cortar los lazos existentes con España y asentar firmemente el derecho de los chilenos a gobernarse por sí mismos.
Durante la Patria Vieja (1810-1814) se hicieron varios ensayos de gobierno republicano y los hechos fueron planteando, cada vez con más urgencia, la necesidad de contar con un ordenamiento político que definiera con claridad lo que se proponía el movimiento.

Los más radicales planteaban la necesidad de una ruptura con España. Un importante papel en esta realidad política le cupo a José Miguel Carrera, quien a través de sus golpes de Estado fue guiando la Revolución hacia esta meta. Esos mismos años fueron los que presenciaron el inicio de las hostilidades militares.

Las autoridades virreinales de Lima vieron con creciente preocupación el curso de los hechos que se producían en Chile y en 1813 decidieron que había llegado la hora de actuar militarmente. Si no lo hicieron antes —tal como había ocurrido con otros movimientos revolucionarios como los de Quito, el Alto Perú y Buenos Aires— se debió a los profundos vínculos económicos que existían entre Perú y Chile. Estos obligaban a esperar el momento más preciso para ordenar una invasión, sin provocar grandes daños al comercio entre ambos territorios.

Restauración de la Monarquía

Desde el Perú salieron consecutivamente tres expediciones militares, comandadas por Antonio Pareja, Gabino Gaínza y Mariano Osorio, que finalmente lograron —gracias a la división provocada entre los revolucionarios chilenos por el tercer golpe de Estado de José Miguel Carrera, originado por su rechazo a las cláusulas contenidas en el Tratado de Lircay— reincorporar el país a la Monarquía, entre 1814 y 1817.

Por Ascanio Mendoza D.