lunes, 26 de diciembre de 2011

La expedición Nordenskjöld a la Antártida

El relevamiento minucioso del mundo material, en particular, el interés por la exploración de los confines desconocidos de la Tierra, fue propio de las ciencias naturales europeas del siglo XIX, una de cuyas actividades características era enviar expediciones cuidadosamente preparadas a estudiar lugares o fenómenos poco conocidos.

Hacia fines de ese siglo, el menos conocido de tales lugares era posiblemente la Antártida, por lo que sendos congresos internacionales de geografía realizados en Londres (1895) y Berlín (1899) recomendaron emprender expediciones a recoger información científica sobre ese continente inexplorado.

La primera de esa índole (1897-1999) fue dirigida por el marino belga Adrien de Gerlache, cuya nave llamada Belgica quedó atrapada por trece meses en los hielos del mar de Bellingshausen y resultó, así, el primer navío que pasó el invierno en la Antártida.

Con el comienzo del siglo XX, se organizaron otras cuatro expediciones del mismo tipo a esa región del mundo: una alemana (1901-1903) dirigida por Erich von Drygalski, una sueca (1901-1904) comandada por Otto Nordenskjöld, una británica en las mismas fechas bajo el capitán Robert Falcon Scott y una escocesa (1902-1904) conducida por William Speirs Bruce.

El geólogo Nordenskjöld, de 32 años, que enseñaba en la universidad de Uppsala, organizó un viaje al sector antártico cercano a Sudamérica, en el que terminó explorando el extremo de la hoy denominada Península Antártica, esa especial, su cara suroriental.

No se trató de una empresa de gobierno que buscaba sentar precedentes para futuros reclamos de soberanía territorial, sino de una iniciativa privada con el simple objetivo de exploración científica, que resultó en uno de los viajes más notables jamás emprendidos al continente austral.

Y como parte de ese ambicioso esfuerzo internacional de búsqueda de información, la Argentina instaló una estación magnética y meteorológica en un islote del grupo Año Nuevo que, por ello, adquirió el nombre de isla Observatorio, unos pocos kilómetros al norte de la isla de los Estados, en Tierra del Fuego. También Australia y Francia realizaron viajes de investigación a otras zonas antárticas.


Algo se conocía de la Península Antártica desde el temprano siglo XIX. En 1815, el irlandés Guillermo Brown, actuando como corsario al servicio del gobierno de Buenos Aires, fue desviado por una tormenta cuando procuraba doblar el cabo de Hornos y llegó, al parecer, a los 64° de latitud sur, donde estuvo próximo a tierra, según consignó en su cuaderno de bitácora.

William Smith, un navegante británico, llegó a las Shetland del Sur en 1819. En 1820 regresó con su compatriota James Bransfield, oficial de la marina real, para realizar algunos levantamientos cartográficos de dichas islas y de la península.

Por esos años empezaron a llegar a la zona barcos cazadores de focas; se recuerdan los nombres de sus principales capitanes, los británicos James Weddell, George Powell y Robert Fields, y los norteamericanos Nathaniel Palmer, Benjamin Pendleton, Robert Johnson y John Davis.

El 7 de febrero de 1821, el último realizó el primer desembarco en el continente antártico, pero la caza de focas declinó a partir de 1822. Jules Dumont d’Urville, francés, exploró zonas de la península en 1838, y en 1841-1843 lo hizo James Clark Ross, británico. Hacia 1830 prevalecía la idea de que más que una península se trataba de un grupo de islas, pero John Rymill corrigió el error con sus viajes de 1834-1837.

Los estadounidenses dieron a la península Antártica el nombre de Península Palmer; los británicos usaron la denominación de Tierra de Graham y Península Trinidad. La Argentina y Chile la llamaron, respectivamente, Tierra de San Martín y de O’Higgins.

Por acuerdo internacional de 1964 se adoptó el nombre Península Antártica. Su extremo norte, el punto del continente más alejado del polo, está a casi 1100km al sudeste del cabo de Hornos, se encuentra a 63°20’ de latitud sur, aproximadamente equivalente a la de Trondheim en Noruega, y a unos 400km del círculo polar.

Por Ascanio Mendoza

martes, 13 de diciembre de 2011

Emilio Dubois, el asesino en serie.

Reiterando su inocencia, el primer asesino en serie del país enfrentó al pelotón con una tranquilidad pasmosa. Tuvo tiempo para dirigir algunas palabras al público que presenciaba la escena. Luego de ello, tras oponerse a que le vendaran los ojos, ordenó a los fusileros: “¡Ejecutad!” y les pidió “que apunten bien al corazón”.


Es a fines de 1903 cuando arriba a Valparaíso, procedente de Perú, Emile Dubois Morraley, oriundo de la ciudad de Etaples en el norte de Francia. Desde el vapor en que llega, queda admirado por el espectáculo que le ofrece esta ciudad, por su conformación y edificaciones.
Decide entonces quedarse y probar suerte con su peculiar sistema de vida, que consiste en relacionarse con gente de holgada posición económica, con objeto de sacarles dinero de una u otra forma, para mantener su propio nivel de vida.
Viste elegantemente y se ha hecho imprimir tarjetas de presentación donde ostenta el titulo de ingeniero en minas, conocimiento que había obtenido desde joven, cuando en su Francia natal trabaja como obrero en las minas de Courrières.
Como le ha ocurrido en otras ocasiones, se le acaba el dinero que trae consigo y tiene que tomar una decisión para conseguirlo, apremiado por la deuda que tiene con el Grand Hotel, donde se hospeda.
La solución es dirigirse a Santiago, a fin de tentar suerte allí y obtener el dinero para sobrevivir. Una vez en la capital se reúne con su compañera Ursula Morales -quien lo sigue desde Colombia- y su pequeño hijo.
No tarda en regresar a Valparaíso luego de cobrar su primera víctima en el país. Se trata del hombre de negocios Ernesto Lafontaine, a quien asesina con el móvil del robo. Frente a este hecho es detenido y luego dejado en libertad, al inventar una ingeniosa coartada, demostrando su gran habilidad para convencer al prójimo.
Una vez en este puerto se separa de mujer e hijo, tomando pensión en la calle Cochrane, próxima a la bolsa de corredores. Desde esa ubicación céntrica observa los movimientos de la ciudad, especialmente a los hombres de negocios, con quienes traba relación empleando su capacidad de seducción y modales refinados.
De este momento data la confección de una lista de individuos, donde detalla sus ocupaciones y principales caracteres, producto de sus agudas observaciones y conocimientos del corazón humano.
La situación comienza a apremiarlo, ya que sus métodos para conseguir dinero empiezan a fallar. Se hace demasiado conocido de aquellos que lo socorren, revelándose para algunos como un sinvergüenza que no desea trabajar.
Llega el momento de actuar, entonces cambia de hospedaje al Hotel Los Andes, ubicado en la Calle Tivolá, lugar que cumple la función de aislarlo de sus relaciones. Revisa su lista, medita y elige a Reinaldo Tillmanns, quien poseía un almacén en una zona poco transitada de la calle Blanco. Allí llega Dubois de noche, y en una acción limpia, da muerte al caballero de una certera estocada en el corazón. La suerte no le es favorable y tiene que conformarse con unas pocas menudencias de botín.
Nuevamente cambia de dirección, esta vez a una casa situada en la primera cuadra de la calle Cumming, construcción que probablemente aún se encuentra en pie. Al igual que en Santiago con el señor Lafontaine, con quien mantuvo una estrecha relación basada en el negocio minero, ahora desarrolla una amistad con Gustavo Titius sustentada en torno a la propiedad de una mina en la ciudad de Limache. Le presenta unas muestras de minerales que conocía bien, con el objeto de obtener la pecunia de la que siempre se encontraba necesitado. A punto de ser descubierto en su ardid, decide atentar en su contra y robarlo.
El día que aquel infortunado viaja a Limache para el pago a los obreros de la mina, se presenta como una oportunidad única. Urde entonces la estrategia de demorar la partida del señor Titius y evitar que tome los trenes de la tarde con dirección al interior de la provincia.
Despliega toda su capacidad de palabra y convencimiento, logrando su objetivo. Al minero no le queda más que una opción: tomar el tren nocturno, dirigiéndose a su oficina a buscar las cosas necesarias para el viaje. Dubois se adelanta y lo espera agazapado para ultimarlo. Gustavo Titius es sorprendido al entrar en su oficina y opone una férrea resistencia, pero el puñal entra varias veces en su cuerpo, para definitivamente clavarse en su corazón.
El precursor de los asesinatos en serie
Nos hallamos en octubre de 1905, fecha en que comienza el terror en Valparaíso y aparece por primera vez en Chile el homicidio serial.
A diferencia de otros golpes dados por nuestro personaje, éste le reporta buenos dividendos: alrededor de tres mil pesos de la época, que le otorgan tranquilidad por un gran periodo de tiempo. Ya no tiene que pensar en cómo pagar el mes de la pensión y visita a Ursula Morales, a fin de entregarle dinero para el cuidado de su hijo.
En la calma Dubois piensa y reflexiona, volviendo siempre a su cabeza la irritación por el trato que le dieron en el pasado sus compatriotas Julio Dupre e Isidoro Challe al negarle más de algún favor monetario llegando incluso a humillarlo. Insuflado por el odio toma la resolución de atentar en contra de ellos.
Como en ocasiones anteriores prepara sus herramientas de muerte: laque, daga y linterna y estudia los hábitos de vida de las potenciales víctimas. Concluye que el lugar apropiado es la casa del señor Challe ubicada en el pasaje Ludford, en la noche al regreso de este comerciante del Círculo Francés, al que asistía regularmente.
Dubois acecha a su víctima en la oscuridad hasta que se presenta el momento previsto. Entonces, cual felino se lanza sobre Isidoro Challe, hiriéndolo en una mano primero para luego concluir con una diestra puñalada en el corazón. La policía al revisar el cadáver confirma que las heridas que le causaron la muerte provienen de similar arma utilizada en dos asesinatos anteriores, provocando aún mayor conmoción en la población
Al igual que en ocasiones anteriores asiste a los funerales de su víctima perdido en la multitud. Pasan los días y la policía no logra mayores avances en la investigación. Pareciera que Dubois decide no arriesgarse en vano y en vez de preparar el otro golpe que tenía previsto sobre Julio Duprez, le envía un anónimo amenazándolo y enrostrándole su colaboración con la policía.
Como todo tiene un fin, para bien o para mal, Dubois comprueba que su dinero está próximo a acabarse y decide obtenerlo de la manera más drástica. Elige entonces a su siguiente víctima, lugar y momento apropiado. Esto se traduce en atentar en contra de Charles Davies, dentista de profesión, en su casa y en los momentos de efervescencia popular producto de acercarse la época de elección presidencial, en junio de 1906.
Dubois trata de forzar la mampara de la casa de Davies, pero es sorprendido por éste, iniciándose un feroz forcejeo que concluye con un golpe de laque al dentista y una precipitada huida. No contaba nuestro personaje que su víctima se levantaría del suelo y que pediría auxilio a voces. Los gritos provocan una reacción y muchas personas lo siguen hasta darle alcance en la plazuela de Bellavista, donde decide enfrentar la situación alegando que es una persona conocida y de bien.
Un guardián lo detiene y es conducido en presencia del señor Davies quien lo reconoce y lo hace conducir a la comisaría. Allí trata de imponerse con natural audacia, pero esta vez el delito es in fraganti y se le traslada a la cárcel.
Se acumulan las pruebas en su contra y se forman verdaderas multitudes cada vez que es conducido a declarar a los tribunales, donde desafía abiertamente tanto al público como a la justicia.
Acaece el terremoto de Agosto de 1906, que prácticamente deja en el suelo a la ciudad de Valparaíso y que no fue menos severo con la cárcel pública. Esto provocó una sublevación de los reos, quienes junto a un Dubois disfrazado con poncho y chupalla, pretenden evadirse del penal. Muchos internos intentando huir caen abatidos por los guardias mientras nuestro personaje se limita a observar pasivamente.
Al poco tiempo de estos sucesos el juez del proceso Santiago Santa Cruz, emite la sentencia que condena a muerte a Emile Dubois por los crímenes de Lafontaine, Tillmanns, Titius y Challe. Viéndose perdido el acusado comienza a estudiar la legislación penal chilena y toma personalmente su defensa, redactando recursos de casación, forma y fondo e incluso una recusación en contra del juez. Así logra que la corte de apelaciones revise el primer fallo, no pudiendo establecer su responsabilidad en los crímenes de Valparaíso, pero sí confirmar la sentencia por el asesinato de Ernesto Lafontaine y el atentado en contra de Charles Davies.
Infructuosamente Dubois trata de apelar a la sentencia presentando varios recursos, los cuales no fueron considerados, confirmando la corte suprema el fallo que lo condenaba. Solicitó incluso el indulto al presidente Pedro Montt, quien lo negó señalando: “Este francés se muere en Chile”
En la víspera de la ejecución del fallo, emitido por los tribunales de justicia Emile Dubois se casa con Ursula Morales en un momento bastante emotivo a juzgar por las palabras que emite un periodista de la época en El Mercurio de Valparaíso.
Amanece el 27 de Marzo de 1907 y toda la atención de una ciudad está puesta en la cárcel publica. Allí se despliega un operativo enorme a fin de garantizar seguridad al proceso. Se cuenta con sesenta guardias de cascos prusianos para reforzar la seguridad. El público se encuentra expectante tanto dentro de la cárcel, donde se han cursado cien invitaciones, como fuera de ella con curiosos encaramados sobre los techos de casas aledañas no queriendo perderse detalles de la ejecución.
El acusado formula su último deseo de evitar que le venden los ojos para encarar a la muerte. Fuma uno de sus cigarros marca Yolanda y se le conceden unos minutos para hablar, donde con voz firme silencia a la multitud, declara su inocencia y pide consideración para con su hijo y su mujer. Sus últimas palabras van dirigidas al pelotón. “Apunten bien al corazón, ejecutad”. Cuatro disparos dan en el blanco concluyendo con una vida y a su vez inmortalizándola.
NACE EL MITO
Con el fusilamiento de Dubois, muere el hombre y nace el mito.
Su último abogado, que no pudo librarlo del patíbulo, dijo que lo vindicaría. Sin embargo, ello no fue necesario, pues se vindicó solo, ya que para muchos sólo fue una víctima de la sociedad, que buscaba un culpable para aquellos crímenes, precedidos de otros que tenían alarmada a la población porteña, desde principios del siglo pasado.
Cuatro fueron los asesinatos por los que se le condenó.
Fue calificado como asesino en serie, ya que utilizaba los mismos procedimientos y todas sus víctimas eran comerciantes extranjeros o de descendencia foránea.
El primer homicidio del que se le culpó fue cometido en Santiago. El 7 de marzo de 1905, fue el de Ernesto Lafontaine, contador general del molino San Pedro, en las propias oficinas ubicadas en calle Huérfanos. Aparte del robo, la oficina y los muebles fueron prácticamente destrozados.
El 4 de septiembre del mismo año, es asesinado en Valparaíso, en la bóveda de su almacén de importaciones de calle Blanco, el comerciante de 65 años de edad Reinaldo Tillmanns.
El 14 de octubre, es ultimado un acaudalado comerciante alemán, de 55 años de edad, Gustavo Titius. Hubo robo, pero no destrozos en la oficina.
El 4 de abril de 1906, en la puerta de su domicilio del Pasaje Ludford de Valparaíso, agredió a puñaladas al comerciante francés Isidoro Challe, quien no pudo recuperarse de las heridas.
Por Ascanio Mendoza