La personalidad de don Federico Santa Maria, hay que juzgarla con los hechos.
En su época se le atacaba, porque en su larga vida no dio pruebas de interesarse por la suerte de su Patria, que le dio los principios de su inmensa fortuna.
No ofreció ayuda ni concurso para obras sociales en el país. No supo de las amarguras ni sufrimientos de los pobres.
Se le justifica y se le aplaude cuando, al morir, destinó su fortuna de multimillonario a una de las más grandes creaciones educacionales de Chile, la Universidad Técnica Santa María.
Por voluntad del testador, se admite en forma preferente y gratuita a jóvenes pobres.
Santa María no conquistó sonrisas ni simpatías con generosidad repartida por las calles, pero reservó sus grandes recursos para hacer un bien superior a su país.
Federico Santa María Carrera, nació en Valparaíso el 15 de Agosto de 1845.
Era sobrino nieto de don José Miguel Carrera, por quien sentía gran admiración.
Recibió educación muy limitada en un Colegio Alemán del puerto, pero pronto se dedicó al comercio. A los catorce años se ocupó en una casa comercial con una onza mensual de sueldo.
Después cambió de patrones, con un sueldo de veinte pesos al mes; pero no había nacido para vivir amarrado a un empleo.
De temperamento dinámico, emprendedor, de iniciativas audaces, se retiró del empleo y con dieciséis años apenas se lanzó a luchar frente a frente con la vida.
Con pequeñas economías el producto de la venta de un anillo de su madre, compró un lanchón y se dedicó al comercio de embarque y desembarque en el puerto. El negocio marchó bien y pronto dio para comprar dos embarcaciones mayores.
Más tarde explotó este mismo negocio en los puertos de Arica, Pisagua e Iquique, cuando todavía eran peruanas estas ciudades.
Regresó al sur con el dinero y mucha experiencia en la vida comercial.
Poco a poco se fue embarcando en empresas de mayor envergadura.
Organizó la Compañía de Diques de Don Federico Santa María Valparaíso, y tomó parte activa en la organización de la Compañía Sud Americana de Vapores; de la Compañía de Remolcadores y de la Compañía de Consumidores de Agua de Valparaíso.
Allá por el año de 1880, Santa María había reunido ya varios millones de pesos que le habrían proporcionado holgadamente una renta para vivir sin trabajar, pero para él, luchar era vivir y siguió adelante.
Viajó por varios países del mundo, y vivió en París, sueño éste desde niño.
En 1897, radicado en París, con un bagaje de conocimientos superiores, emprendió de nuevo Santa María sus actividades de negocios afortunados, sólo, sin asociarse con nadie, sin conocer la plaza y, sobre todo, sin conocer a sus temibles competidores.
Pero tenía espíritu agudo, penetrante y una valentía que llegaba a la audacia para las operaciones comerciales de mayor volumen.
Le atraía lo grande, tenía pasión por el peligro que representaban los grandes negocios.
Cuando las compras de azúcar se hacían en partidas de 400 a 800 sacos, él compró 300.000 en una sola orden. Fue su primera operación en la plaza comercial de París, y fue también la primera revelación de su genio mercantil que dejó perplejos a sus competidores.
En 1905, compró nueve millones de sacos de azúcar, que le representaron una ganancia de, tres millones de libras esterlinas, más de trescientos millones de nuestros pesos.
Su última operación gigantesca de azúcar la realizó en 1923, con una utilidad de doscientos millones de pesos y este hombre archimillonario, que hacía temblar en París a los comerciantes de azúcar, trigo y vino de toda Europa, llevaba una vida modestísima.
Se contentaba con lo indispensable a una vida medianamente decente. No hacía
un gasto superfluo, y cuando le aconsejaban que descansara para atender a su salud quebrantada, contestaba que quería morir luchando.
Preguntado un día qué habría hecho si hubiera tenido un hijo, respondió sin vacilar: "A
los dieciocho años lo habría echado a la calle para que se ganara la vida". Tal era este hombre lleno de energías y espíritu de lucha.
Lo alcanzó la muerte el 20 de Diciembre de 1925. Santa Maria no gozó la vida de millonario, no fue el dinero para él un fin.
En medio de sus afanes por acumular fortuna, tenía un pensamiento oculto, que le proporcionaría seguramente gratas e íntimas satisfacciones: su Patria y su ciudad natal, Valparaíso.
Este pensamiento oculto cristalizó en su testamento, salvo unos cuantos legados, su fortuna la dejó para la fundación en Valparaíso de una Universidad Técnica de vasta trascendencia.
La Universidad debería estar dividida en dos secciones; Escuela de Artes y Oficios José Miguel Carrera e Instituto de Ingenieros José Miguel Carrera.
De preferencia la Universidad debería admitir jóvenes pobres salidos de las clases obreras, para los cuales la enseñanza debería ser en un internado enteramente gratuito.
Alimentación, vestuario, útiles de enseñanza, atención médica, todo debería costearlo
la Universidad a los alumnos pobres.
Los dos Institutos deberían agregar a su nombre el de José Miguel Carrera "en homenaje al gran patriota que dio el primer grito de independencia en Chile y como enseñanza a los alumnos de que ante todo se deben a su Patria".
Entre los otros legados que dejó Santa Maria los más importantes son: a cada una de las Sociedades de la Infancia e Instrucción Primaria de Valparaíso, cinco mil acciones de la Sociedad Litografía Universo y medio millón de pesos en dinero efectivo, para la Asociación de Artesanos de Valparaíso, para que pueda ensanchar sus escuelas femeninas, dos mil acciones de la misma sociedad litográfica y trescientos
mil pesos en dinero.
Así murió este chileno 'que pasó incomprendido, como egoísta por la vida, pero que llevó a su Patria, no en los labios, sino silenciosamente guardada en el corazón.
Dejó de existir el 20 de Diciembre de 1925. Sus restos fueron incinerados y trasladados
a Chile. Sus cenizas se guardan al pie del monumento que da entrada a la Fundación en Valparaíso.
Por Ascanio Mendoza.