El relevamiento minucioso del mundo material, en particular, el interés por la exploración de los confines desconocidos de la Tierra, fue propio de las ciencias naturales europeas del siglo XIX, una de cuyas actividades características era enviar expediciones cuidadosamente preparadas a estudiar lugares o fenómenos poco conocidos.
Hacia fines de ese siglo, el menos conocido de tales lugares era posiblemente la Antártida, por lo que sendos congresos internacionales de geografía realizados en Londres (1895) y Berlín (1899) recomendaron emprender expediciones a recoger información científica sobre ese continente inexplorado.
La primera de esa índole (1897-1999) fue dirigida por el marino belga Adrien de Gerlache, cuya nave llamada Belgica quedó atrapada por trece meses en los hielos del mar de Bellingshausen y resultó, así, el primer navío que pasó el invierno en la Antártida.
Con el comienzo del siglo XX, se organizaron otras cuatro expediciones del mismo tipo a esa región del mundo: una alemana (1901-1903) dirigida por Erich von Drygalski, una sueca (1901-1904) comandada por Otto Nordenskjöld, una británica en las mismas fechas bajo el capitán Robert Falcon Scott y una escocesa (1902-1904) conducida por William Speirs Bruce.
El geólogo Nordenskjöld, de 32 años, que enseñaba en la universidad de Uppsala, organizó un viaje al sector antártico cercano a Sudamérica, en el que terminó explorando el extremo de la hoy denominada Península Antártica, esa especial, su cara suroriental.
No se trató de una empresa de gobierno que buscaba sentar precedentes para futuros reclamos de soberanía territorial, sino de una iniciativa privada con el simple objetivo de exploración científica, que resultó en uno de los viajes más notables jamás emprendidos al continente austral.
Y como parte de ese ambicioso esfuerzo internacional de búsqueda de información, la Argentina instaló una estación magnética y meteorológica en un islote del grupo Año Nuevo que, por ello, adquirió el nombre de isla Observatorio, unos pocos kilómetros al norte de la isla de los Estados, en Tierra del Fuego. También Australia y Francia realizaron viajes de investigación a otras zonas antárticas.
Algo se conocía de la Península Antártica desde el temprano siglo XIX. En 1815, el irlandés Guillermo Brown, actuando como corsario al servicio del gobierno de Buenos Aires, fue desviado por una tormenta cuando procuraba doblar el cabo de Hornos y llegó, al parecer, a los 64° de latitud sur, donde estuvo próximo a tierra, según consignó en su cuaderno de bitácora.
William Smith, un navegante británico, llegó a las Shetland del Sur en 1819. En 1820 regresó con su compatriota James Bransfield, oficial de la marina real, para realizar algunos levantamientos cartográficos de dichas islas y de la península.
Por esos años empezaron a llegar a la zona barcos cazadores de focas; se recuerdan los nombres de sus principales capitanes, los británicos James Weddell, George Powell y Robert Fields, y los norteamericanos Nathaniel Palmer, Benjamin Pendleton, Robert Johnson y John Davis.
El 7 de febrero de 1821, el último realizó el primer desembarco en el continente antártico, pero la caza de focas declinó a partir de 1822. Jules Dumont d’Urville, francés, exploró zonas de la península en 1838, y en 1841-1843 lo hizo James Clark Ross, británico. Hacia 1830 prevalecía la idea de que más que una península se trataba de un grupo de islas, pero John Rymill corrigió el error con sus viajes de 1834-1837.
Los estadounidenses dieron a la península Antártica el nombre de Península Palmer; los británicos usaron la denominación de Tierra de Graham y Península Trinidad. La Argentina y Chile la llamaron, respectivamente, Tierra de San Martín y de O’Higgins.
Por acuerdo internacional de 1964 se adoptó el nombre Península Antártica. Su extremo norte, el punto del continente más alejado del polo, está a casi 1100km al sudeste del cabo de Hornos, se encuentra a 63°20’ de latitud sur, aproximadamente equivalente a la de Trondheim en Noruega, y a unos 400km del círculo polar.
Por Ascanio Mendoza
Pagina dedicada a todos quienes quieran publicar articulos o notas de Historia.
lunes, 26 de diciembre de 2011
martes, 13 de diciembre de 2011
Emilio Dubois, el asesino en serie.
Reiterando su inocencia, el primer asesino en serie del país enfrentó al pelotón con una tranquilidad pasmosa. Tuvo tiempo para dirigir algunas palabras al público que presenciaba la escena. Luego de ello, tras oponerse a que le vendaran los ojos, ordenó a los fusileros: “¡Ejecutad!” y les pidió “que apunten bien al corazón”.
Es a fines de 1903 cuando arriba a Valparaíso, procedente de Perú, Emile Dubois Morraley, oriundo de la ciudad de Etaples en el norte de Francia. Desde el vapor en que llega, queda admirado por el espectáculo que le ofrece esta ciudad, por su conformación y edificaciones.
Decide entonces quedarse y probar suerte con su peculiar sistema de vida, que consiste en relacionarse con gente de holgada posición económica, con objeto de sacarles dinero de una u otra forma, para mantener su propio nivel de vida.
Viste elegantemente y se ha hecho imprimir tarjetas de presentación donde ostenta el titulo de ingeniero en minas, conocimiento que había obtenido desde joven, cuando en su Francia natal trabaja como obrero en las minas de Courrières.
Como le ha ocurrido en otras ocasiones, se le acaba el dinero que trae consigo y tiene que tomar una decisión para conseguirlo, apremiado por la deuda que tiene con el Grand Hotel, donde se hospeda.
La solución es dirigirse a Santiago, a fin de tentar suerte allí y obtener el dinero para sobrevivir. Una vez en la capital se reúne con su compañera Ursula Morales -quien lo sigue desde Colombia- y su pequeño hijo.
No tarda en regresar a Valparaíso luego de cobrar su primera víctima en el país. Se trata del hombre de negocios Ernesto Lafontaine, a quien asesina con el móvil del robo. Frente a este hecho es detenido y luego dejado en libertad, al inventar una ingeniosa coartada, demostrando su gran habilidad para convencer al prójimo.
Una vez en este puerto se separa de mujer e hijo, tomando pensión en la calle Cochrane, próxima a la bolsa de corredores. Desde esa ubicación céntrica observa los movimientos de la ciudad, especialmente a los hombres de negocios, con quienes traba relación empleando su capacidad de seducción y modales refinados.
De este momento data la confección de una lista de individuos, donde detalla sus ocupaciones y principales caracteres, producto de sus agudas observaciones y conocimientos del corazón humano.
La situación comienza a apremiarlo, ya que sus métodos para conseguir dinero empiezan a fallar. Se hace demasiado conocido de aquellos que lo socorren, revelándose para algunos como un sinvergüenza que no desea trabajar.
Llega el momento de actuar, entonces cambia de hospedaje al Hotel Los Andes, ubicado en la Calle Tivolá, lugar que cumple la función de aislarlo de sus relaciones. Revisa su lista, medita y elige a Reinaldo Tillmanns, quien poseía un almacén en una zona poco transitada de la calle Blanco. Allí llega Dubois de noche, y en una acción limpia, da muerte al caballero de una certera estocada en el corazón. La suerte no le es favorable y tiene que conformarse con unas pocas menudencias de botín.
Nuevamente cambia de dirección, esta vez a una casa situada en la primera cuadra de la calle Cumming, construcción que probablemente aún se encuentra en pie. Al igual que en Santiago con el señor Lafontaine, con quien mantuvo una estrecha relación basada en el negocio minero, ahora desarrolla una amistad con Gustavo Titius sustentada en torno a la propiedad de una mina en la ciudad de Limache. Le presenta unas muestras de minerales que conocía bien, con el objeto de obtener la pecunia de la que siempre se encontraba necesitado. A punto de ser descubierto en su ardid, decide atentar en su contra y robarlo.
El día que aquel infortunado viaja a Limache para el pago a los obreros de la mina, se presenta como una oportunidad única. Urde entonces la estrategia de demorar la partida del señor Titius y evitar que tome los trenes de la tarde con dirección al interior de la provincia.
Despliega toda su capacidad de palabra y convencimiento, logrando su objetivo. Al minero no le queda más que una opción: tomar el tren nocturno, dirigiéndose a su oficina a buscar las cosas necesarias para el viaje. Dubois se adelanta y lo espera agazapado para ultimarlo. Gustavo Titius es sorprendido al entrar en su oficina y opone una férrea resistencia, pero el puñal entra varias veces en su cuerpo, para definitivamente clavarse en su corazón.
Despliega toda su capacidad de palabra y convencimiento, logrando su objetivo. Al minero no le queda más que una opción: tomar el tren nocturno, dirigiéndose a su oficina a buscar las cosas necesarias para el viaje. Dubois se adelanta y lo espera agazapado para ultimarlo. Gustavo Titius es sorprendido al entrar en su oficina y opone una férrea resistencia, pero el puñal entra varias veces en su cuerpo, para definitivamente clavarse en su corazón.
El precursor de los asesinatos en serie
Nos hallamos en octubre de 1905, fecha en que comienza el terror en Valparaíso y aparece por primera vez en Chile el homicidio serial.
A diferencia de otros golpes dados por nuestro personaje, éste le reporta buenos dividendos: alrededor de tres mil pesos de la época, que le otorgan tranquilidad por un gran periodo de tiempo. Ya no tiene que pensar en cómo pagar el mes de la pensión y visita a Ursula Morales, a fin de entregarle dinero para el cuidado de su hijo.
A diferencia de otros golpes dados por nuestro personaje, éste le reporta buenos dividendos: alrededor de tres mil pesos de la época, que le otorgan tranquilidad por un gran periodo de tiempo. Ya no tiene que pensar en cómo pagar el mes de la pensión y visita a Ursula Morales, a fin de entregarle dinero para el cuidado de su hijo.
En la calma Dubois piensa y reflexiona, volviendo siempre a su cabeza la irritación por el trato que le dieron en el pasado sus compatriotas Julio Dupre e Isidoro Challe al negarle más de algún favor monetario llegando incluso a humillarlo. Insuflado por el odio toma la resolución de atentar en contra de ellos.
Como en ocasiones anteriores prepara sus herramientas de muerte: laque, daga y linterna y estudia los hábitos de vida de las potenciales víctimas. Concluye que el lugar apropiado es la casa del señor Challe ubicada en el pasaje Ludford, en la noche al regreso de este comerciante del Círculo Francés, al que asistía regularmente.
Dubois acecha a su víctima en la oscuridad hasta que se presenta el momento previsto. Entonces, cual felino se lanza sobre Isidoro Challe, hiriéndolo en una mano primero para luego concluir con una diestra puñalada en el corazón. La policía al revisar el cadáver confirma que las heridas que le causaron la muerte provienen de similar arma utilizada en dos asesinatos anteriores, provocando aún mayor conmoción en la población
Al igual que en ocasiones anteriores asiste a los funerales de su víctima perdido en la multitud. Pasan los días y la policía no logra mayores avances en la investigación. Pareciera que Dubois decide no arriesgarse en vano y en vez de preparar el otro golpe que tenía previsto sobre Julio Duprez, le envía un anónimo amenazándolo y enrostrándole su colaboración con la policía.
Como todo tiene un fin, para bien o para mal, Dubois comprueba que su dinero está próximo a acabarse y decide obtenerlo de la manera más drástica. Elige entonces a su siguiente víctima, lugar y momento apropiado. Esto se traduce en atentar en contra de Charles Davies, dentista de profesión, en su casa y en los momentos de efervescencia popular producto de acercarse la época de elección presidencial, en junio de 1906.
Dubois trata de forzar la mampara de la casa de Davies, pero es sorprendido por éste, iniciándose un feroz forcejeo que concluye con un golpe de laque al dentista y una precipitada huida. No contaba nuestro personaje que su víctima se levantaría del suelo y que pediría auxilio a voces. Los gritos provocan una reacción y muchas personas lo siguen hasta darle alcance en la plazuela de Bellavista, donde decide enfrentar la situación alegando que es una persona conocida y de bien.
Un guardián lo detiene y es conducido en presencia del señor Davies quien lo reconoce y lo hace conducir a la comisaría. Allí trata de imponerse con natural audacia, pero esta vez el delito es in fraganti y se le traslada a la cárcel.
Se acumulan las pruebas en su contra y se forman verdaderas multitudes cada vez que es conducido a declarar a los tribunales, donde desafía abiertamente tanto al público como a la justicia.
Acaece el terremoto de Agosto de 1906, que prácticamente deja en el suelo a la ciudad de Valparaíso y que no fue menos severo con la cárcel pública. Esto provocó una sublevación de los reos, quienes junto a un Dubois disfrazado con poncho y chupalla, pretenden evadirse del penal. Muchos internos intentando huir caen abatidos por los guardias mientras nuestro personaje se limita a observar pasivamente.
Al poco tiempo de estos sucesos el juez del proceso Santiago Santa Cruz, emite la sentencia que condena a muerte a Emile Dubois por los crímenes de Lafontaine, Tillmanns, Titius y Challe. Viéndose perdido el acusado comienza a estudiar la legislación penal chilena y toma personalmente su defensa, redactando recursos de casación, forma y fondo e incluso una recusación en contra del juez. Así logra que la corte de apelaciones revise el primer fallo, no pudiendo establecer su responsabilidad en los crímenes de Valparaíso, pero sí confirmar la sentencia por el asesinato de Ernesto Lafontaine y el atentado en contra de Charles Davies.
Infructuosamente Dubois trata de apelar a la sentencia presentando varios recursos, los cuales no fueron considerados, confirmando la corte suprema el fallo que lo condenaba. Solicitó incluso el indulto al presidente Pedro Montt, quien lo negó señalando: “Este francés se muere en Chile”
En la víspera de la ejecución del fallo, emitido por los tribunales de justicia Emile Dubois se casa con Ursula Morales en un momento bastante emotivo a juzgar por las palabras que emite un periodista de la época en El Mercurio de Valparaíso.
Amanece el 27 de Marzo de 1907 y toda la atención de una ciudad está puesta en la cárcel publica. Allí se despliega un operativo enorme a fin de garantizar seguridad al proceso. Se cuenta con sesenta guardias de cascos prusianos para reforzar la seguridad. El público se encuentra expectante tanto dentro de la cárcel, donde se han cursado cien invitaciones, como fuera de ella con curiosos encaramados sobre los techos de casas aledañas no queriendo perderse detalles de la ejecución.
El acusado formula su último deseo de evitar que le venden los ojos para encarar a la muerte. Fuma uno de sus cigarros marca Yolanda y se le conceden unos minutos para hablar, donde con voz firme silencia a la multitud, declara su inocencia y pide consideración para con su hijo y su mujer. Sus últimas palabras van dirigidas al pelotón. “Apunten bien al corazón, ejecutad”. Cuatro disparos dan en el blanco concluyendo con una vida y a su vez inmortalizándola.
NACE EL MITO
Con el fusilamiento de Dubois, muere el hombre y nace el mito.
Su último abogado, que no pudo librarlo del patíbulo, dijo que lo vindicaría. Sin embargo, ello no fue necesario, pues se vindicó solo, ya que para muchos sólo fue una víctima de la sociedad, que buscaba un culpable para aquellos crímenes, precedidos de otros que tenían alarmada a la población porteña, desde principios del siglo pasado.
Cuatro fueron los asesinatos por los que se le condenó.
Fue calificado como asesino en serie, ya que utilizaba los mismos procedimientos y todas sus víctimas eran comerciantes extranjeros o de descendencia foránea.
El primer homicidio del que se le culpó fue cometido en Santiago. El 7 de marzo de 1905, fue el de Ernesto Lafontaine, contador general del molino San Pedro, en las propias oficinas ubicadas en calle Huérfanos. Aparte del robo, la oficina y los muebles fueron prácticamente destrozados.
El 4 de septiembre del mismo año, es asesinado en Valparaíso, en la bóveda de su almacén de importaciones de calle Blanco, el comerciante de 65 años de edad Reinaldo Tillmanns.
El 14 de octubre, es ultimado un acaudalado comerciante alemán, de 55 años de edad, Gustavo Titius. Hubo robo, pero no destrozos en la oficina.
El 4 de abril de 1906, en la puerta de su domicilio del Pasaje Ludford de Valparaíso, agredió a puñaladas al comerciante francés Isidoro Challe, quien no pudo recuperarse de las heridas.
Por Ascanio Mendoza
miércoles, 30 de noviembre de 2011
En Memoria de la Solidaridad
Los relojes marcaban las 20.52 horas del 15 de enero de 1944, cuando se produjo un devastador terremoto en la ciudad de San Juan. El sismo tuvo epicentro a 20 km al norte de la ciudad citada, en las proximidades del paraje La Laja, departamento Albardón.
Dada su magnitud, del movimiento telúrico las estimaciones iníciales narraban que se habían producido más de 8.000 víctimas. Los efectos desastrosos no se debieron sólo a los violentos sacudones, sino a la precariedad de las construcciones.
En la enorme tarea de reconstrucción se improvisaron distintas barriadas humildes. La ubicación de estos asentamientos, se situaron sobre la periferia de la ciudad.
Uno de los barrios más antiguos del Departamento Rawson, lleva por nombre Capitán Lazo: y comprende las calles Avenida España hacia el este, República del Líbano al norte, Calle Cecilio Ávila al sur y Lemos al oeste.
El nombre del barrio, veremos que no resulta caprichoso, tiene un sentido notable, ya que recuerda una de las manos solidarias, que en medio de una desgracia corrieron solicitas, más allá de los riesgos que pudieran sufrir.
Como consecuencia de la calamidad que vivía la ciudad de San Juan, la acción fraterna de muchos países se hizo presente. Chile con vasta experiencia de un territorio castigado por estas inclemencias, fue uno de los primero en mostrar su generosidad.
El Gobierno trasandino puso a disposición la flota de aviones Lodestar de la empresa LAN al servicio de las necesidades a paliar, llevando un pronto auxilio a los damnificados.
Estos aviones de construcción americana se encontraban en servicio con la empresa chilena desde 1943. Las naves poseían una capacidad para 14 pasajeros; eran robustos y versátiles.
En medio del desarrollo de la acción solidaria, los Lodestar efectuaron numerosos vuelos a San Juan trasladando personal médico y los elementos más imperiosos. En el traslado se contemplaba realizar una parada técnica en el aeropuerto de El Plumerillo de Mendoza.
La ciudadanía chilena y sus autoridades habían reunido un importante lote de elementos para los damnificados de la tragedia sanjuanina.
El 20 de enero se dispuso que el Lodestar "503" CC-CLC realizara un viaje de urgencia a San Juan.
La tripulación de la nave estaba compuesta por los pilotos Eduardo Lazo Preuss y Eduardo Von Bischoffeshausen, junto con el consejero de LAN Alberto Cumplido Ducos y el mecánico Fernando Mella Ulloa.
El señor Alberto Cumplido viajaba como representante del gobierno chileno. Era el quinto vuelo realizado a lo largo del día. Al arribar al aeropuerto mendocino se le informó al Capitán Lazo que más de 2.000 heridos habían sido trasladados a hospitales mendocinos, por lo que podía desembarcar la carga de medicamentos en la aerostación.
El espacio libre podía ser aprovechado para acomodar en el avión a un grupo de médicos y enfermeras de la provincia de San Juan: Dr. Ernesto Banzon; Dr. Hugo Borgiani; Enfermera Blanca Klermos; Enfermera Angelina Zárate; Enfermera Angela Medina; Enfermera María Gughone. A este grupo se le sumó el soldado argentino Fernando Fernández.
La historia narra que ni bien el Capitán Lazo decoló, una carga de envases de leche se desacomodó, provocando un desbalanceo y la posterior caída de la nave. Los primeros reportes indicaban que el avión no pudo sortear una hilera de arboles estrellándose.
Al conocerse la noticia, la conmoción en San Juan fue enorme.
A la desazón que había producido el terremoto, se sumaban la tragedia de quienes murieron en su afán por ayudar. Al otro lado de la cordillera la tristeza fue enorme. Tanto el Capitán Lazo como Bischoffshausen eran pilotos reconocidos y respetados, ambos con dilatada experiencia.
De esta manera, en la actualidad, encontramos en los alrededores de la ciudad de San Juan barrios que llevan nombres de Capitán Lazo, Mecánico Mella, Dr. Hugo Bardiani, o Enfermera Medina, que fueron sólo algunos de los sanitaristas que perdieron la vida en aquella ocasión.
Por Ascanio Mendoza
martes, 15 de noviembre de 2011
Un Crimen en la Legación Imperial Alemana
Aunque esta historia se remonta a un siglo atrás, es importante recordarla porque un odontólogo salvó el prestigio de Chile, evitó el descrédito internacional del gobierno y dio origen a la construcción de nuestra primera Escuela Dental.
En el año 1909 una pesada carga de conciencia se abatía sobre el ultramontano Presidente Pedro Montt, ya que los ecos de la horrible matanza de obreros en la escuela Santa María de Iquique seguían repicando en su cerebro. Era consciente de que pasaría a la Historia no por sus obras, sino por haber cedido blanda e interesadamente a los deseos de capitalistas foráneos que le impetraban mano dura con los trabajadores salitreros en el Norte Grande. El cobarde asesinato de tres mil personas indefensas y pacíficas –incluyendo niños y mujeres- llevado a efecto el 21 de diciembre de 1907 por militares bajo el mando del general Roberto Silva Renard, pesaba sobre las almas de los mismos criminales y muy especialmente acrecentaba la pésima imagen internacional que acosaba al mandatario.
Por ello, el extraño crimen detectado en la Legación Imperial de Alemania en Santiago remeció al gobierno, poniendo en alerta a las embajadas de otras naciones y posibilitando que la prensa internacional catalogara a nuestro país como ‘territorio nefasto y bárbaro’. Y no era para menos, ya que el mismísimo ‘canciller’ de Alemania en Chile había sido asesinado dentro de la legación diplomática, a plena luz diurna y casi en las narices de la policía de la época.
Los hechos, que se fueron encadenando con vertiginosa rapidez, comenzaron en el mes de febrero de 1909, cuando un voraz incendio arrasó con el edificio donde se ubicaban las oficinas de la Legación (Embajada) de Alemania, situadas en la calle Nataniel Cox Nº 102, esquina de Alonso Ovalle, en el centro de la capital, muy próximo a los edificios gubernamentales y al Palacio de La Moneda.
Bomberos y policías ingresaron al lugar siniestrado, y entre los escombros toparon con el cadáver carbonizado de un hombre. Las primeras indagaciones entregaron datos que fueron tomados con demasiada prisa por los investigadores, quienes concluyeron rápidamente en confirmar que el cuerpo del occiso correspondía a Guillermo Becker Trambauer, canciller de la legación diplomática alemana en Chile.
La opinión policial se basó en que se conservaban casi intactos el anillo de compromiso del canciller, con las iniciales de su esposa grabadas en él, un trozo de su chaleco, el reloj, los lentes y las colleras. Todo indicaba que se trataba, precisamente, del diplomático europeo. La pregunta era si el incendio había sido un hecho casual, un accidente, o una acción delictiva, planeada para asesinar al canciller. Además, bomberos encontró una caja de caudales abierta, sin dinero ni documentos en su interior.
Por otra parte, el portero de la cancillería alemana, Exequiel Tapia, había desparecido. La policía sumó dos más dos y culpó del crimen, del incendio y del robo de $27.000 (una pequeña fortuna en la época) al humilde trabajador. La hipótesis policial se asentaba en que el canciller había recibido, en las semanas anteriores, anónimas cartas en las que se le amenazaba de muerte. El objetivo de las supuestas amenazas era detener una demanda judicial interpuesta por la legación contra algunos campesinos de la localidad de Caleu, acusados de agredir a un grupo de turistas germanos.
El último mensaje recibido por el alemán, y publicado por éste en la prensa para amedrentar a los autores, decía: "Si el viernes que viene esa demanda no ha sido retirada, usted lo pagará con su pellejo". Desde Berlín, el gobierno de Guillermo II, Kaiser de Alemania, dejaba caer en el presidente Pedro Montt gran parte de la responsabilidad por el asesinato, pues acusaba al gobierno chileno de negligencia por no haber dispuesto vigilancia policial permanente en la sede de la legación una vez conocido el tenor de las cartas anónimas.
Tras el incendio, y luego de todas las lógicas reacciones que originó el caso en la opinión pública, el embajador germano de apellido Von Bodman recibió en su casa la sorpresiva visita de Ricardo Neupert, amigo íntimo de Becker, quien se presentó para cumplir la última voluntad del ex canciller: en caso de que las amenazas de muerte se cumplieran, Neupert debía entregar dos cartas, una dirigida precisamente a Von Bodman y la otra al Presidente de la República , Pedro Montt.
En ambas misivas, el canciller manifestaba temores acerca del riesgo que corría su vida. Las insólitas cartas escritas por el que -a esas alturas- era un incinerado cuerpo inerte, dejaban en claro que muy probablemente su deceso tuviera directa relación con las amenazas recibidas durante las semanas anteriores.
EL CASO CAMBIA DE RUMBO
Sin embargo, las dos autopsias practicadas al cuerpo hallado en la oficina diplomática, no permitieron confirmar la identidad del occiso, pero sí se pudo establecer en la segunda de ellas que el hombre había sido asesinado de una puñalada antes de que su cadáver fuera consumido por las llamas. Estos nuevos datos incrementaban el horror en la opinión pública y certificaron la resolución de tan alevoso hecho, atribuyéndolo al portero Tapia.
En medio de las pesquisas, un cuarto personaje entró a escena. Otto Izacovich, quien se presentó por voluntad propia en el despacho del juez designado por el Presidente Pedro Montt para resolver el caso. El testigo aseguraba haber visto a Becker la noche posterior al incendio en el centro de Santiago. Incluso dijo haberlo saludado, ya que eran conocidos, pero el supuesto canciller se había limitado a murmurar: "No le conozco", desapareciendo raudamente en un coche. Como el relato simulaba ser una historia fantasiosa más que una declaración seria, nadie consideró como ciertas las palabras del atribulado Izacovich.
Despedido en el Cementerio General por una distinguida y numerosa concurrencia, el cuerpo de Guillermo Becker fue sepultado entre homenajes y discursos: "La patria alemana recordará con tierna gratitud al que murió en el ejercicio de sus deberes, víctima del puñal traidor de un cobarde asesino. Con letras de bronce, quedará grabado en los anales de la Legación , para su eterno recuerdo, el alevoso atentado. Era un hombre que no podía ver sufrir a nadie y a quien todos los que lo conocían deben haberle querido y apreciado", fueron las palabras del embajador Von Bodman.
Pero la verdadera historia estaba aún en pañales. No satisfecho con los pasos dados, el juez, que manifestaba serias dudas respecto de las conclusiones explicitadas por la policía, encargó una nueva diligencia para determinar la autoría del crimen y la identidad del cadáver. Solicitó entonces la ayuda profesional del doctor Guillermo Valenzuela Basterrica a objeto de obtener datos más precisos acerca de la identidad del difunto. El doctor Valenzuela Basterrica había regresado al país el año 1899, luego de titularse como odontólogo en la capital de Francia, París, por lo cual decidió examinar las piezas dentales del difunto.
El doctor Juan Colin escribió sobre este caso, y su trabajo fue publicado por la Escuela de Odontología de la Universidad de Chile. Lo que Colin nos relata es merecedor de atención e interés.
“”Ni más ni menos que al día siguiente del sentido y pomposo funeral de Becker, Valenzuela Basterrica entregó al juez Bianchi Tupper su informe definitivo. Después de examinar maxilares inferiores y superiores, de cotejar en el libro del dentista de Becker -el doctor Denis Lay-, que el fallecido canciller contaba en su historial médico con cinco extracciones con anestesia, cuatro tapaduras con oro, tres tapaduras con platino, una tapadura grande con platino en cavidad sin nervio y una corona de oro, y que tales descripciones no concordaban con las características de la mandíbula examinada, Valenzuela Basterrica pudo afirmar: "Excusado parece hacer presente a US, que si el señor Denis Lay ha ejecutado las operaciones que se detallan en sus libros en la dentadura del señor Guillermo Becker, y que aparecen a nombre de éste, el cadáver encontrado en la casa quemada en la calle Nataniel no puede ser el del señor canciller"”.
Una nueva etapa investigativa, encabezada esta vez por el doctor Valenzuela, siempre a través del examen de la piezas dentales, determinó fehacientemente que el cadáver hallado en las oficinas de la Legación correspondía al portero de la misma, Ezequiel Tapia, ya que su viuda y sus amigos certificaron que Tapia poseía una dentadura casi perfecta, sin ninguna intervención médica en ella, asunto que se correspondía perfectamente con los resultados del examen dental que el doctor Valenzuela practicó en la mandíbula del occiso.
El juez Bianchi Tupper y el embajador alemán Von Bodman, dirigieron sus esfuerzos a tratar de capturar al ex canciller, convertido ahora en un criminal prófugo. Fuerzas de orden se movilizaron en todo el país hasta dar con su paradero, lo que –luego de arduos esfuerzos- dio resultado con el hallazgo del mismísimo Guillermo Becker en la localidad campesina llamada Raihue, en plena cordillera cercana a la ciudad de Lautaro, intentando huir hacia Argentina, donde fue atrapado por policías a caballo kilómetros antes de cruzar la frontera.
Durante los días anteriores, el canciller alemán había viajado desde la Estación Central de Santiago hasta Chillán, premunido de anteojos oscuros, patillas postizas y un pañuelo cubriéndole la mitad del rostro simulando un fuerte dolor de muelas. Desde Chillán viajó hasta Victoria, utilizando un pasaporte falso a nombre de Ciro Lara Motte, documento que pensaba utilizar para radicarse definitivamente en la frontera de Paraguay y Brasil, zona que ya en esos años servía de cobijo a bandoleros de distintas nacionalidades, como sucedería treinta y cinco años más tarde con algunos importantes jerarcas nazis escapados de Europa al término de la Segunda Guerra Mundial.
El proceso judicial que determinó la verdad definitiva del crimen en la Legación Imperial Alemana duró casi año y medio, y el ex canciller fue condenado a pena de muerte por asesinato, a 20 años de presidio por el incendio provocado en la sede diplomática, a 10 años de presidio y $1.000 de multa por falsificación y estafa, a 8 años de penitenciaría por adulteración de cuentas y $600 de multa por uso de pasaporte falso.
La investigación, aclarada a partir del hallazgo odontológico del doctor Guillermo Valenzuela Basterrica, permitió constatar que las cartas anónimas habían sido escritas y despachadas por el propio Becker y que -por lo tanto- las amenazas nunca existieron. Con tales certezas fue posible limpiar y recuperar íntegramente la dignidad de la verdadera víctima del crimen, el portero de la Legación Alemana , Exequiel Tapia.
Por cierto, semanas más tarde, el gobierno imperial germano envió excusas diplomáticas al gobierno chileno felicitando a las autoridades nacionales por el esclarecimiento de tan macabro hecho. El abogado defensor del ex canciller había solicitado al gobierno del Kaiser que interpusiera sus magníficos oficios para que su defendido fuese deportado a Alemania y juzgado allá según las leyes germanas. La repuesta del gobierno alemán fue clara y lapidaria: el ex canciller debía ser juzgado en Chile, y Berlín aceptaría el fallo judicial, fuese cual fuese.
En la madrugada del 05 de julio de 1910, el ex canciller alemán, Guillermo Becker Trambauer, fue fusilado en Santiago.
El gobierno chileno reconoció oficialmente la gran labor del doctor Valenzuela, quien había evitado al país una vergüenza internacional, amén de haber limpiado la memoria de Exequiel Tapia y la del propio Presidente de la República , quien ofreció una recompensa al doctor, el que solicitó la construcción de una Escuela Dental moderna, que tanta falta le hacía al país, lo que comenzó a ejecutarse en forma inmediata.
El 11 de septiembre de 1911, bajo la administración presidencial de Ramón Barros Luco, se inauguró el edificio y el 05 de julio de 1923, con Decreto N° 1650, se le dio el nombre de “Escuela Dental Germán Valenzuela Basterrica”.
Por Artalex
viernes, 21 de octubre de 2011
Diferencias históricas entre Chile y el Perú
Comúnmente en Chile se cree que nuestras diferencias con el Perú se originaron como consecuencia de la Guerra del Pacifico, lo que no es completamente cierto, ya que son a mi entender el resultado de una serie de hechos que va mucho mas atrás en el tiempo y que se fueron gestando a lo largo del siglo XIX.
Cuatro acontecimientos relevantes ocurrieron durante apenas 64 años en la Historia de estas naciones, entre los años 1820 y 1884, y son los que gradualmente fueron deteriorando la relación entre ambos países.
Para poner las cosas en su real contexto, lo primero que hay que entender es que el siglo XIX se inicio con nuestra America bajo el dominio español.
Es en ese escenario donde Lima -la ciudad de los Reyes- capital del Virreinato del Perú (el centro administrativo colonial español más importante de Sudamérica) era quien gobernaba sobre los destinos de la Capitanía General de Chile tal como venía ocurriendo por casi 300 años desde la llegada de los españoles, lo que sin duda marco la relación de los unos sobre los otros.
Cuatro acontecimientos relevantes ocurrieron durante apenas 64 años en la Historia de estas naciones, entre los años 1820 y 1884, y son los que gradualmente fueron deteriorando la relación entre ambos países.
Para poner las cosas en su real contexto, lo primero que hay que entender es que el siglo XIX se inicio con nuestra America bajo el dominio español.
Es en ese escenario donde Lima -la ciudad de los Reyes- capital del Virreinato del Perú (el centro administrativo colonial español más importante de Sudamérica) era quien gobernaba sobre los destinos de la Capitanía General de Chile tal como venía ocurriendo por casi 300 años desde la llegada de los españoles, lo que sin duda marco la relación de los unos sobre los otros.
Las cosas empiezan a cambiar a partir de 1820, cuando un grupo de hombres denominados “patriotas” procedentes de esta lejana y pobre Capitanía General, apoyados y dirigidos por el General argentino José de San Martín y la “Expedición Libertadora”, desembarcan en Paracas al sur de Lima y ocupan militarmente la capital del Virreinato,
Este hecho tiene como consecuencia que la elite administrativa colonial es despojada del poder que hasta entonces sustentaban en esta vasta colonia, e inicia una guerra (Guerra de independencia del Perú) que se prolongaría en ese País por 6 años hasta 1826.
La tradicional aristocracia colonial peruana en Lima claramente no recibió con ferviente apoyo a estos “Patriotas” chilenos (en su mayoría) y argentinos, que cambiaron tan radicalmente su forma de vida.
Es a partir de la Independencia de ambos países, que se desencadena el segundo acontecimiento que nos divide.
Chile al no seguir dependiendo administrativamente del Perú, y por estar Valparaíso geográficamente mucho más cerca del Estrecho de Magallanes (Paso obligado de acceso al Océano Pacifico) que el puerto peruano de El Callao, atrae para si el gran negocio del Cabotaje y otras actividades financieras, que los peruanos explotaron durante la época colonial.
Estas actividades de comercio pasan poco a poco desde el Perú a Valparaíso como centro de operaciones, atrayendo consigo también a grandes empresarios extranjeros.
Este nuevo cambio, ahora de carácter comercial originado en Chile va provocando una lenta decadencia en la economía peruana, lo que significa otro duro golpe a las relaciones entre estas noveles naciones.
La rivalidad de los puertos de Valparaíso y del Callao en el Perú, por el dominio del Pacífico se agravó con la creación de la Confederación Perú-Boliviana del Mariscal boliviano Andrés de Santa Cruz .
Diego Portales, uno de los más férreos enemigos de esta confederación, fue uno de los promotores de la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana , ya que en su cargo de Ministro de Guerra, logró que el Congreso declarara la guerra el 28 de septiembre de 1836.
La victoria en la batalla de Yungay al mando del general Manuel Bulnes , el 20 de enero de 1839 es el hecho que lleva nuevamente al ejercito chileno, apenas 15 años después de la independencia del Perú, a ocupar militarmente su territorio, esta vez con el objetivo de frenar la idea de Santa Cruz de unir en un solo país a Perú y Bolivia (anteriormente conocida como Alto Perú), con el posible desarrollo económico que esta Gran Nación confederada podía significar para nuestros vecinos.
El último capitulo de esta historia de desencuentros, el más conocido de todos, se gesta 40 años después de que termina la Guerra contra la Confederación.
En 1879 los roces diplomáticos entre Chile y Bolivia por la administración de la frontera norte del país y de los intereses chilenos en las minas salitreras , provoca el desembarco en Antofagasta el 14 de febrero , dando inicio a la Guerra del Pacífico, el mayor conflicto bélico de la historia del país.
En 1879 los roces diplomáticos entre Chile y Bolivia por la administración de la frontera norte del país y de los intereses chilenos en las minas salitreras , provoca el desembarco en Antofagasta el 14 de febrero , dando inicio a la Guerra del Pacífico, el mayor conflicto bélico de la historia del país.
Tras la ocupación de los territorios en disputa de Antofagasta, Chile se enfrenta en el mar al Perú, aliado de Bolivia a través de un pacto secreto, y acaba con la ocupación de los territorios peruanos de Tarapacá , Arica y Tacna, a mediados de 1880, lo que para los ojos de nuestros vecinos significa que por tercera vez en el siglo, el ejercito de Chile entra militarmente en el Perú.
Chile logra entrar y ocupar Lima tras la batalla de Miraflores, el 15 de enero de 1881 y permanece allí hasta que la guerra finalmente termino con la firma del Tratado de Ancón el 20 de octubre de 1883.
La victoria chilena sobre los países aliados, permitió la expansión del territorio de Chile anexando los antiguos territorios peruanos de Tarapacá y Arica, dejando desde entonces sobre la llamada “Línea de la Concordia” una herida que no logra cicatrizar y que cada cierto tiempo vuelve a sangrar.
Por Eduardo A. Cumplido
viernes, 23 de septiembre de 2011
Federico Santa Maria Carrera
La personalidad de don Federico Santa Maria, hay que juzgarla con los hechos.
En su época se le atacaba, porque en su larga vida no dio pruebas de interesarse por la suerte de su Patria, que le dio los principios de su inmensa fortuna.
No ofreció ayuda ni concurso para obras sociales en el país. No supo de las amarguras ni sufrimientos de los pobres.
Se le justifica y se le aplaude cuando, al morir, destinó su fortuna de multimillonario a una de las más grandes creaciones educacionales de Chile, la Universidad Técnica Santa María.
Por voluntad del testador, se admite en forma preferente y gratuita a jóvenes pobres.
Santa María no conquistó sonrisas ni simpatías con generosidad repartida por las calles, pero reservó sus grandes recursos para hacer un bien superior a su país.
Federico Santa María Carrera, nació en Valparaíso el 15 de Agosto de 1845.
Era sobrino nieto de don José Miguel Carrera, por quien sentía gran admiración.
Recibió educación muy limitada en un Colegio Alemán del puerto, pero pronto se dedicó al comercio. A los catorce años se ocupó en una casa comercial con una onza mensual de sueldo.
Después cambió de patrones, con un sueldo de veinte pesos al mes; pero no había nacido para vivir amarrado a un empleo.
De temperamento dinámico, emprendedor, de iniciativas audaces, se retiró del empleo y con dieciséis años apenas se lanzó a luchar frente a frente con la vida.
Con pequeñas economías el producto de la venta de un anillo de su madre, compró un lanchón y se dedicó al comercio de embarque y desembarque en el puerto. El negocio marchó bien y pronto dio para comprar dos embarcaciones mayores.
Más tarde explotó este mismo negocio en los puertos de Arica, Pisagua e Iquique, cuando todavía eran peruanas estas ciudades.
Regresó al sur con el dinero y mucha experiencia en la vida comercial.
Poco a poco se fue embarcando en empresas de mayor envergadura.
Organizó la Compañía de Diques de Don Federico Santa María Valparaíso, y tomó parte activa en la organización de la Compañía Sud Americana de Vapores; de la Compañía de Remolcadores y de la Compañía de Consumidores de Agua de Valparaíso.
Allá por el año de 1880, Santa María había reunido ya varios millones de pesos que le habrían proporcionado holgadamente una renta para vivir sin trabajar, pero para él, luchar era vivir y siguió adelante.
Viajó por varios países del mundo, y vivió en París, sueño éste desde niño.
En 1897, radicado en París, con un bagaje de conocimientos superiores, emprendió de nuevo Santa María sus actividades de negocios afortunados, sólo, sin asociarse con nadie, sin conocer la plaza y, sobre todo, sin conocer a sus temibles competidores.
Pero tenía espíritu agudo, penetrante y una valentía que llegaba a la audacia para las operaciones comerciales de mayor volumen.
Le atraía lo grande, tenía pasión por el peligro que representaban los grandes negocios.
Cuando las compras de azúcar se hacían en partidas de 400 a 800 sacos, él compró 300.000 en una sola orden. Fue su primera operación en la plaza comercial de París, y fue también la primera revelación de su genio mercantil que dejó perplejos a sus competidores.
En 1905, compró nueve millones de sacos de azúcar, que le representaron una ganancia de, tres millones de libras esterlinas, más de trescientos millones de nuestros pesos.
Su última operación gigantesca de azúcar la realizó en 1923, con una utilidad de doscientos millones de pesos y este hombre archimillonario, que hacía temblar en París a los comerciantes de azúcar, trigo y vino de toda Europa, llevaba una vida modestísima.
Se contentaba con lo indispensable a una vida medianamente decente. No hacía
un gasto superfluo, y cuando le aconsejaban que descansara para atender a su salud quebrantada, contestaba que quería morir luchando.
Preguntado un día qué habría hecho si hubiera tenido un hijo, respondió sin vacilar: "A
los dieciocho años lo habría echado a la calle para que se ganara la vida". Tal era este hombre lleno de energías y espíritu de lucha.
Lo alcanzó la muerte el 20 de Diciembre de 1925. Santa Maria no gozó la vida de millonario, no fue el dinero para él un fin.
En medio de sus afanes por acumular fortuna, tenía un pensamiento oculto, que le proporcionaría seguramente gratas e íntimas satisfacciones: su Patria y su ciudad natal, Valparaíso.
Este pensamiento oculto cristalizó en su testamento, salvo unos cuantos legados, su fortuna la dejó para la fundación en Valparaíso de una Universidad Técnica de vasta trascendencia.
La Universidad debería estar dividida en dos secciones; Escuela de Artes y Oficios José Miguel Carrera e Instituto de Ingenieros José Miguel Carrera.
De preferencia la Universidad debería admitir jóvenes pobres salidos de las clases obreras, para los cuales la enseñanza debería ser en un internado enteramente gratuito.
Alimentación, vestuario, útiles de enseñanza, atención médica, todo debería costearlo
la Universidad a los alumnos pobres.
Los dos Institutos deberían agregar a su nombre el de José Miguel Carrera "en homenaje al gran patriota que dio el primer grito de independencia en Chile y como enseñanza a los alumnos de que ante todo se deben a su Patria".
Entre los otros legados que dejó Santa Maria los más importantes son: a cada una de las Sociedades de la Infancia e Instrucción Primaria de Valparaíso, cinco mil acciones de la Sociedad Litografía Universo y medio millón de pesos en dinero efectivo, para la Asociación de Artesanos de Valparaíso, para que pueda ensanchar sus escuelas femeninas, dos mil acciones de la misma sociedad litográfica y trescientos
mil pesos en dinero.
Así murió este chileno 'que pasó incomprendido, como egoísta por la vida, pero que llevó a su Patria, no en los labios, sino silenciosamente guardada en el corazón.
Dejó de existir el 20 de Diciembre de 1925. Sus restos fueron incinerados y trasladados
a Chile. Sus cenizas se guardan al pie del monumento que da entrada a la Fundación en Valparaíso.
Por Ascanio Mendoza.
lunes, 5 de septiembre de 2011
El vuelo del Avión Rojo, o como no conspirar...
A comienzos de 1928 la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo reprimía a los chilenos. El descontento cundía y el ex presidente Arturo Alessandri Palma quiso aprovecharlo. El 23 de enero de ese año, se reunió en el puerto francés de Calais con Marmaduque Grove (entonces agregado militar en París), de ideas socialistas, el general (r) Enrique Bravo Ortiz, Agustín Edwards Mac-Clure y José Santos Salas. Era el comienzo de una conspiración para derrocar al “Paco” Ibáñez.
En Buenos Aires, otros adeptos de Alessandri como Horacio Hevia, Pedro León Ugalde, Carlos Vicuña Fuentes, Galvarino Gallardo Nieto y Luis Salas Romo, constituyeron un comité revolucionario y en Chile se formó otro.
El propio Alessandri organizó en París el “comité ejecutivo financiero” con Gustavo Ross Santa María, Agustín Edwards Mac-Clure, Cornelio Saavedra y otros potentados. Pero este comité jamás aportó un centavo para la “revolución”.
La dictadura estaba muy bien informada: Ventura Maturana, jefe de la policía política, tenía una eficaz red de soplones y espías. Por ello, no fue difícil detener al mayor Carlos Millán Iriarte y al suboficial de sanidad Plinio Macaya, al desembarcar en Valparaíso el 7 de marzo de 1928, provenientes de Europa con mensajes de los conspiradores. La prensa anunció que se había descubierto “un complot comunista”.
El 31 de julio, Grove recibió una comunicación que lo cesaba en sus funciones en París. Al día siguiente, lo dieron de baja del ejército. En mayo de 1929 llegó a Buenos Aires, incorporándose a las actividades conspirativas.
En febrero de 1930, Guillermo García Burr y Aurelio Benavente -ambos del comité revolucionario de Santiago- viajaron a Concepción y se contactaron con oficiales de la guarnición. Alrededor de un centenar de ellos afirmó estar por derrocar la dictadura de Ibáñez. Concepción era, por tanto, el punto ideal para iniciar las acciones.
García Burr se trasladó a Buenos Aires. Informó de la situación y entregó el plan elaborado por el comité revolucionario de Santiago: el general Enrique Bravo debía viajar por tierra a Concepción para llegar antes del 17 de septiembre de 1930 y ponerse a la cabeza de la insurrección.
Bravo y Grove desecharon el plan e idearon otro: llegar en grupo y en avión a Concepción. Recursos no tenían. Entonces el general Bravo se entrevistó con el periodista argentino Natalio Botana, propietario del diario Crítica. Este contribuyó para arrendar un avión, conocido por su color como el Avión Rojo.
Mientras tanto, en Concepción la guarnición de cinco mil hombres esperaba desde el 17 de septiembre al jefe de la insurrección. En la tarde del 20, al no tener noticias, los jefes del comité revolucionario de Concepción decidieron despachar a la tropa con vacaciones de Fiestas Patrias, hasta el 24 de septiembre.
Sin embargo, ese mismo sábado 20 de septiembre emprendía vuelo el Avión Rojo desde el aeródromo de Morón, en Buenos Aires, llevando al general Bravo, Grove, Vicuña Fuentes, Luis Salas Romo, Pedro León Ugalde y José Luis Sánchez. A las 15.30 aterrizó en San Rafael, para reabastecerse de combustible. El comandante de la guarnición los retuvo hasta las 11 horas del domingo 21, para comprobar sus documentos.
El Avión Rojo aterrizó en Concepción el 21 a las 16.30, cerca del hipódromo. No les esperaba nadie. Partieron a buscar a sus domicilios a los jefes comprometidos en la insurrección. No los encontraron. Uno de ellos, el mayor Alfredo Donoso junto al general José María Barceló Lira, comandante de la III División del ejército, presenciaban las carreras en el hipódromo y vieron aterrizar el Avión Rojo. El general Barceló le dijo a Donoso que él se iba a Santiago para no tener que ver con lo que sucedería en Concepción y que Donoso resolviera lo que estimara conveniente.
Los viajeros del Avión Rojo, desesperados, se dirigieron al Regimiento Chacabuco. Allí se entrevistaron con el teniente Carlos Charlín. Uno de ellos se presentó como “Enrique Morales”, pero Charlín exclamó: “¡Pero si usted es don Carlos Vicuña Fuentes. Yo fui su alumno en Santiago...”
Se reunieron los cuatro (los otros dos eran Bravo y Grove). El teniente Charlín propuso convocar a los militares que pudieran al Regimiento Chacabuco. A las 19 horas estaban allí 150 oficiales de la guarnición penquista y unos 300 suboficiales y conscriptos.
Por entonces ya había comenzado la traición de los comprometidos en la conspiración. El primero fue el coronel Gonzalo Gómez que denunció en la Intendencia lo que ocurría.
El general Barceló interrumpió en San Rosendo su viaje a Santiago para regresar a Concepción. A las 0.15 de la madrugada del 22 de septiembre se presentó en el Chacabuco. Tuvo un fuerte altercado con Grove en que incluso intercambiaron disparos, sin herirse. Los soldados presentes apoyaban a Grove. Barceló agotó las balas y el general Bravo le gritó a Grove: “¡Mátalo!, ¡mátalo! Así aseguramos el triunfo de nuestra causa”, pero Grove no disparó. Barceló se retiró derrotado. Pero comenzó a llamar de a uno por uno a los jefes y oficiales de la Guarnición, casi todos comprometidos en la conspiración. A la pregunta: “¿Con quién está usted?”. Todos respondieron: “¡Con usted, mi general!” Sólo Charlín no compareció y se mantuvo leal a los tripulantes del Avión Rojo. Más de un centenar de oficiales los traicionaron.
Llegaba a su fin la aventura. Después de meses de conspiración y arduos esfuerzos para conseguir los medios para llegar a Concepción, tuvieron que aceptar los llamados a rendirse del general Barceló transmitidos por los mismos oficiales que habían participado en el complot.
La Corte Marcial que los juzgó llevó a cabo un proceso lleno de irregularidades. Condenó al general Bravo, a Grove, Salas Romo, Pedro León Ugalde, Vicuña Fuentes y José Luis Sánchez a 10 años y un día (antes de conocerse el fallo, Bravo y Grove fueron enviados a Isla de Pascua); a cinco oficiales (incluido Charlín) los condenó a 15 años de extrañamiento; a otros tres a 3 años. El coronel Gonzalo Gómez y el mayor Alfredo Donoso fueron absueltos.
Finalizado el proceso, Vicuña Fuentes fue secuestrado y enviado también a Isla de Pascua.
El 10 de febrero de 1931 la goleta tahitiana Valencia rescató a los tres relegados. Con ellos se embarcó Alberto Cumplido, designado gobernador de la isla por Ibáñez. Después de más de dos meses de navegación llegaron a Europa. Grove y Cumplido pisaron tierra francesa el mismo día que en Chile era derrocado Ibáñez: el 26 de julio de 1931.
Por Ivan Ljubetic Vargas
En Buenos Aires, otros adeptos de Alessandri como Horacio Hevia, Pedro León Ugalde, Carlos Vicuña Fuentes, Galvarino Gallardo Nieto y Luis Salas Romo, constituyeron un comité revolucionario y en Chile se formó otro.
El propio Alessandri organizó en París el “comité ejecutivo financiero” con Gustavo Ross Santa María, Agustín Edwards Mac-Clure, Cornelio Saavedra y otros potentados. Pero este comité jamás aportó un centavo para la “revolución”.
La dictadura estaba muy bien informada: Ventura Maturana, jefe de la policía política, tenía una eficaz red de soplones y espías. Por ello, no fue difícil detener al mayor Carlos Millán Iriarte y al suboficial de sanidad Plinio Macaya, al desembarcar en Valparaíso el 7 de marzo de 1928, provenientes de Europa con mensajes de los conspiradores. La prensa anunció que se había descubierto “un complot comunista”.
El 31 de julio, Grove recibió una comunicación que lo cesaba en sus funciones en París. Al día siguiente, lo dieron de baja del ejército. En mayo de 1929 llegó a Buenos Aires, incorporándose a las actividades conspirativas.
En febrero de 1930, Guillermo García Burr y Aurelio Benavente -ambos del comité revolucionario de Santiago- viajaron a Concepción y se contactaron con oficiales de la guarnición. Alrededor de un centenar de ellos afirmó estar por derrocar la dictadura de Ibáñez. Concepción era, por tanto, el punto ideal para iniciar las acciones.
García Burr se trasladó a Buenos Aires. Informó de la situación y entregó el plan elaborado por el comité revolucionario de Santiago: el general Enrique Bravo debía viajar por tierra a Concepción para llegar antes del 17 de septiembre de 1930 y ponerse a la cabeza de la insurrección.
Bravo y Grove desecharon el plan e idearon otro: llegar en grupo y en avión a Concepción. Recursos no tenían. Entonces el general Bravo se entrevistó con el periodista argentino Natalio Botana, propietario del diario Crítica. Este contribuyó para arrendar un avión, conocido por su color como el Avión Rojo.
Mientras tanto, en Concepción la guarnición de cinco mil hombres esperaba desde el 17 de septiembre al jefe de la insurrección. En la tarde del 20, al no tener noticias, los jefes del comité revolucionario de Concepción decidieron despachar a la tropa con vacaciones de Fiestas Patrias, hasta el 24 de septiembre.
Sin embargo, ese mismo sábado 20 de septiembre emprendía vuelo el Avión Rojo desde el aeródromo de Morón, en Buenos Aires, llevando al general Bravo, Grove, Vicuña Fuentes, Luis Salas Romo, Pedro León Ugalde y José Luis Sánchez. A las 15.30 aterrizó en San Rafael, para reabastecerse de combustible. El comandante de la guarnición los retuvo hasta las 11 horas del domingo 21, para comprobar sus documentos.
El Avión Rojo aterrizó en Concepción el 21 a las 16.30, cerca del hipódromo. No les esperaba nadie. Partieron a buscar a sus domicilios a los jefes comprometidos en la insurrección. No los encontraron. Uno de ellos, el mayor Alfredo Donoso junto al general José María Barceló Lira, comandante de la III División del ejército, presenciaban las carreras en el hipódromo y vieron aterrizar el Avión Rojo. El general Barceló le dijo a Donoso que él se iba a Santiago para no tener que ver con lo que sucedería en Concepción y que Donoso resolviera lo que estimara conveniente.
Los viajeros del Avión Rojo, desesperados, se dirigieron al Regimiento Chacabuco. Allí se entrevistaron con el teniente Carlos Charlín. Uno de ellos se presentó como “Enrique Morales”, pero Charlín exclamó: “¡Pero si usted es don Carlos Vicuña Fuentes. Yo fui su alumno en Santiago...”
Se reunieron los cuatro (los otros dos eran Bravo y Grove). El teniente Charlín propuso convocar a los militares que pudieran al Regimiento Chacabuco. A las 19 horas estaban allí 150 oficiales de la guarnición penquista y unos 300 suboficiales y conscriptos.
Por entonces ya había comenzado la traición de los comprometidos en la conspiración. El primero fue el coronel Gonzalo Gómez que denunció en la Intendencia lo que ocurría.
El general Barceló interrumpió en San Rosendo su viaje a Santiago para regresar a Concepción. A las 0.15 de la madrugada del 22 de septiembre se presentó en el Chacabuco. Tuvo un fuerte altercado con Grove en que incluso intercambiaron disparos, sin herirse. Los soldados presentes apoyaban a Grove. Barceló agotó las balas y el general Bravo le gritó a Grove: “¡Mátalo!, ¡mátalo! Así aseguramos el triunfo de nuestra causa”, pero Grove no disparó. Barceló se retiró derrotado. Pero comenzó a llamar de a uno por uno a los jefes y oficiales de la Guarnición, casi todos comprometidos en la conspiración. A la pregunta: “¿Con quién está usted?”. Todos respondieron: “¡Con usted, mi general!” Sólo Charlín no compareció y se mantuvo leal a los tripulantes del Avión Rojo. Más de un centenar de oficiales los traicionaron.
Llegaba a su fin la aventura. Después de meses de conspiración y arduos esfuerzos para conseguir los medios para llegar a Concepción, tuvieron que aceptar los llamados a rendirse del general Barceló transmitidos por los mismos oficiales que habían participado en el complot.
La Corte Marcial que los juzgó llevó a cabo un proceso lleno de irregularidades. Condenó al general Bravo, a Grove, Salas Romo, Pedro León Ugalde, Vicuña Fuentes y José Luis Sánchez a 10 años y un día (antes de conocerse el fallo, Bravo y Grove fueron enviados a Isla de Pascua); a cinco oficiales (incluido Charlín) los condenó a 15 años de extrañamiento; a otros tres a 3 años. El coronel Gonzalo Gómez y el mayor Alfredo Donoso fueron absueltos.
Finalizado el proceso, Vicuña Fuentes fue secuestrado y enviado también a Isla de Pascua.
El 10 de febrero de 1931 la goleta tahitiana Valencia rescató a los tres relegados. Con ellos se embarcó Alberto Cumplido, designado gobernador de la isla por Ibáñez. Después de más de dos meses de navegación llegaron a Europa. Grove y Cumplido pisaron tierra francesa el mismo día que en Chile era derrocado Ibáñez: el 26 de julio de 1931.
Por Ivan Ljubetic Vargas
viernes, 2 de septiembre de 2011
Ensayo sobre cartas de la conquista de América
Los conquistadores españoles vieron América como un lugar de esperanza y de posibilidades; tanto para rehacer sus vidas, como para enriquecerse gracias a la vasta generosidad de sus tierras. Al ir adentrándose en la Conquista, fueron dándose cuenta que esta tierra de oportunidades debía ser conquistada persuasivamente, ya que los indígenas de algunas zonas americanas les presentaban una dura defensa. Pese a que esto no consumió el ideal de volverse ricos en estas tierras, el conflicto militar con los indios les afianzó el deseo de fama y gloria, como un logro más “seguro” que el oro. Es por eso, que en las diversas cartas enviadas por los conquistadores españoles a sus familiares, ponen especial ahínco a que se les concedan menesteres, títulos e incluso gobernaciones, y apelan a los familiares para que intercedan por ellos ante el Rey. Incluso Valdivia, al comienzo de su carta, le expone al Carlos V su necesidad de que se le otorguen mercedes por el trabajo realizado en la conquista de Chile.
Las peticiones más requeridas, y por tanto, más generalizadas son de mercedes y títulos diversos. En la mayoría de los casos se pedía que estos títulos fueran hereditarios, para así mantenerlos a través del tiempo en la familia. Petición que apela directamente a un deseo de glorificarse tanto al conquistador en sí, como a su parentela; y así, mantener este “status” a través del tiempo.
Melchor Verdugo escribe: “Con el que la presente lleva embio de pedir a su magestad ciertas mercedes entre las cuales le inibio a pedir que me haga merced de los indios perpetuos para mi y para mis herederos también inbio a pedir una conducta de capitán del rey y un regimiento, perpetuo que tengo del gobernador y es menester que su majestad lo confirme también soy alguacil mayor…..”[1][1]
Otro punto interesante (que sin dejar de salirse de la idea de buscar títulos para obtener respeto y gloria) se centra en una petición más específica y por qué no decirlo, más ambiciosa. Es el deseo de obtener el llamado “hábito de Santiago”. Aparte de ser un título de caballería que les proporciona fama, está ligado a lo espiritual, lo que deja entrever el espíritu religioso imperante en los conquistadores españoles; y así, el deseo de reconocimiento tanto social como espiritual de la época.
En la carta a su madre, Melchor Verdugo le solicita que interceda por él para que le otorguen el hábito de Santiago: “también querria enviar a pedir un avito de Santiago a su magestad; dicenme que es menester estar yo presente o al menos ynbiar una probança…."[2][2]. Petición que también es requerida por Rodrigo Orgoñoz: “Yo tengo que enviar á suplicar á Su Majestad me haga merced del hábito de Santiago…”[3][3]
Ésta investidura, por cierto, era una de las más codiciada por los conquistadores, puesto que Santiago es el protector de los peregrinos, y además, era una de los órdenes más antiguas en esa época. Se infiere por tanto, que la integración a la orden de Santiago, tenía una valoración social importante; ya que en la época en que se escriben las cartas, la Orden estaba integrada a la Corona Española, y era el mismo Rey quien decidía a quién otorgar el hábito.
Se puede concluir, que las cartas denotan un deseo particular por obtener títulos importantes y decidores del rango social que planean adquirir. Se deja ver que el asunto monetario los tiene intranquilos, y su mayor preocupación es conseguir sus mercedes, y junto a esto, el bienestar de su familia en España. Pese a que la cultura popular le adjudica a los conquistadores una ambición desmesurada por el oro y la riqueza, se puede ver mediante las cartas, que se dejan ver como personas que más allá de la materialidad buscan la trascendencia de su nombre. Es por tanto, que el conquistador español se muestra como un ser ambicioso en su aspecto personal y proyectivo; no tanto así como un ser obseso por la riqueza material; lo que le adjudica una perspectiva bastante más “humana” de lo que estamos acostumbrados a oír.
Por Ma.José Cumplido
Ensayo realizado el 2007 en el curso "Historia de América y Chile siglos XV-XVI" con el académico Ricardo Couyoumdjian.
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